miércoles, 30 de diciembre de 2015

La Bañista

Por Bea Cármina -La Urpillo-




Vino de una quimera, pequeña como una libélula. Sus alas atrajeron un dulce viento; su caudal de oro, perfume de jazmín, iluminó el centro de su cuerpo, se soñó primavera. La voluntad de sus miembros la abandonó, y un no sé qué la invadió de melancolía. Laxa, se refugió a pleno sol en una molicie de retozo, acurrucándose en el rincón izquierdo del labio superior de Mona Lisa.

Vinieron del pasado, pequeñas como libélulas. Sus alas atrajeron los vientos racheados; sus hilos áureos, sabor de verano, iluminaron sus caderas; se soñó muñeca antigua, la voluntad de sus sinuosidades viajaron a través de siglos y un no sé qué de remembranzas la cobijó en crepúsculos, un rictus de angustia se le impuso; las escaleras de Escher le provocaron arcadas, las palomas se le difuminaban por entre los dedos, se cubrió el rostro, el aroma de sus sollozos deslavaron trazos, extinguieron figuras.

Vinieron del presente, desde el centro de la tierra, a bandadas, a raudales; eran pequeñas, ávidas de desvaríos, sus alas atrajeron tempestades, sus cadenas transparentes, de tintineos sofocaron su pecho hasta que el latido de su corazón se hizo insufrible. Quiso ensordecerse cubriéndose de luna, pero la luna se desgajó arrastrándola en negritud de pozos hasta un reflejo de agua clara que enrojeció en fragmentos de corazón mecanizado. Con su cabeza de león, su cuerpo de cabra y cola de dragón, fue apareciendo la serpiente que mordiéndose su extremo se fue tragando siglos hasta deglutir el tiempo marcado por el reloj astronómico de Praga, despojando la vida de sentido.

   
Plagas de pequeños insectos con alas, depredadores ágiles, emergieron de larvas acuáticas para coser con sus picos disimulos, labios y oídos y, agitando sus alas volaron alrededor de la tierra invadiendo continentes de semblantes, la gente aulló su desaliento, sus cerebros se mudaron en relojes de Dalí, derramándose blandamente en desiertos personales encerrando a la siempre bañista, que en lobreguez de suspiros se enmascaró de tumba.

Las horas se amortiguan, los instantes se alargan, el mutismo enardecido por cuerdas vocales vibrantes, silenciadas desde el principio de los tiempos, se tensan hasta el infinito.

   
Pero a pesar de guerras, Apocalipsis, destrucciones deshumanizadas, avernos de libélulas, las bañistas inmutables de Asnière, bellas y congeladas en el tiempo, o las de la playa-pincel de Picasso, estilizadas, colosales, escultóricas, en poses audaces que ondean al viento, protegen y encuadran a nuestra primer bañista que descuidada en diagonal, desde este preciso momento, recompone su lado izquierdo.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Jiang Shi, Por Mariana Vega

Jiang Shi

Mariana Vega



Sentados a la mesa, Akame observaba con meticulosidad a su marido mientras éste comía su cena, enfundado en su lustroso uniforme militar de la dinastía Qing. Silencioso y taciturno, Yìzhǔ siempre se había caracterizado por ser un hombre que poco llamaba la atención; era casi invisible para la sociedad.

Ella no estaba segura de qué le había atraído de él, pero aún ahora, acentuado hasta el colmo su silencio y distancia, estaba agradecida por los gemelos que, juntos, gestaron diez años atrás.

Yang se parecía a Yìzhǔ, quizás demasiado; pocos amigos en el colegio, parco en su hablar y concentrado en sus libros durante la mayor parte del día.

Yin, por su parte, era una niña dulce y cariñosa; gustaba de jugar con sus muñecas o acariciar durante horas a su pequeño perro, Lee.

Akame sonrió. Los niños eran la razón de ser de aquel matrimonio que, con el paso del tiempo, parecía desmoronarse.

A últimas fechas, desde la batalla perdida en Xinhai, su marido decidió cerrar todo canal de comunicación con su familia, eternizando los silencios y evadiendo las caricias. Tan grande era su desprendimiento afectivo, que Yìzhǔ ni siquiera se dio cuenta de la mirada acuciosa de Akame. Se limitaba a inclinarse sobre la mesa disfrutando de la comida.

Era el único acto al que se entregaba con placer. Sus encuentros sexuales comenzaron siendo salvajes en principio, para culminar con el tiempo en lánguidos y tristes clímax insatisfactorios, como el de la noche anterior, donde lo único que a ella le había quedado eran moretones y dolorosos cardenales por todo el cuerpo.

Yìzhǔ dejó escapar un leve gruñido que sacó a Akame de sus pensamientos, y volvió la atención hacia su marido. Comía con tanto deleite, que cada sonido emitido parecía suculento. Sin percatarse apenas, Akame pasó la punta de la lengua sobre sus propios labios, y se dispuso a comer ella misma.

Levantó los brazos para destazar hábilmente el platillo con dedos y uñas, abriéndose paso hacia el centro del manjar. Con avidez, imitó a Yìzhǔ, arrancando pequeños trozos que metió en su boca al tiempo que observaba a su marido. Éste daba cuenta de lo que quedaba del pequeño cuerpo inerte de Yang sobre la mesa.

Akame cerró los ojos para masticar su platillo, y no mirar cómo la vida se alejaba de Yin.

Sin embargo, no pudo evitar una débil sonrisa al sentir en el paladar el dulce sabor de la carne que se mezclaba deliciosamente con el amargo sabor de su tristeza.






(En la cultura y folklor chino, el Jiang Shi es el zombi oriental, que resulta tan aterrador en su realidad humana como los zombies haitianos. Se traduce como “cadáver rígido”. Las leyendas cuentan que se les encuentra siempre ataviados con los uniformes funerarios del ejército de la dinastía Qing.Se  alimenta de seres humanos, y se transforma tras haber tenido una muerte violenta, como la enfrentada por los soldados en las guerras).

viernes, 4 de diciembre de 2015

Angel de la guarda, por Margarita Aizpuru

   

Elsa sostenía entre sus manos los anillos de su madre. Los apretaba mientras oía con la cabeza baja los regaños. De vez en cuando asentía, aceptando su culpa, pero no soltaba los anillos.

-Dámelos, Elsita, eres muy pequeña para usarlos.

La niña seguía con su actitud, en tanto su mamá volteaba hacía la cuna, donde el recién nacido empezaba a llorar reclamando alimento.

-Tu ángel de la guarda se va a poner triste. Esos anillos son míos y los tomaste sin permiso.

La pequeña abrió las manos, su mamá tomó los anillos, se los puso y corrió a calmar al bebé. Deseando ayudar, Elsa agarró el biberón con las manos sucias. El llanto del bebé se incrementó y cuando la señora vio a Elsa ofrecerle el biberón lleno de manchas de mugre, su paciencia llegó al límite.

-¡Lávate las manos inmediatamente y no vuelvas a tocar nada de tu hermano!

Elsa corrió al baño y se lavó las manos con agua. A sus escasos tres años, el jabón estaba muy alto y no tenía estatura suficiente para alcanzarlo. Sólo podía abrir el grifo y medio cerrarlo, dejando un pequeño hilillo de agua. Su cerebro comprendía solo una parte de lo que pasaba y últimamente todo estaba lleno de nuevas cosas: su hermano, la cuna, biberones y amenazas. Sobre todo lo último. Se imaginaba su ángel de la guarda a sus espaldas, llorando, enojado a veces. Otras, temía lo peor: que se enfermara, como su mamá, y se fuera unos días al hospital, donde le darían un nuevo niño para cuidar, y entonces ella quedaría sin ángel.

Durante la cena, Elsa había olvidado sus temores respecto al ángel y comía unas salchichas frente al televisor. Su mamá bañaba a su hermano. La niña se acostó temprano y se durmió inmediatamente.

En medio de la noche la despertó el fuerte aleteo de un pájaro grande y un golpe en la pared. Se levantó, fue hacia un gran perro de peluche colocado bajo la ventana y se subió en él. Corrió un poco la cortina y buscó al pájaro entre las ramas. No vio nada y regresó a la cama. Cerró los ojos y escuchó un chillido tenue cuando la vencía el sueño.

En la mañana, estaba tan inquieta que apenas pudo soportar el largo proceso de ser vestida y tomar el desayuno. Pidió permiso de jugar en el jardín. Su madre accedió, dándole un paquetito que contenía donas azucaradas. Buscó con cuidado al pájaro en los árboles, sobre el césped, caminando con cuidado para no pisarlo. Así llegó a un rincón donde crecían alcatraces en grandes cantidades. Los separó con las manos y vio algo que la conmovió: su ángel de la guarda yacía entre los alcatraces con los ojos entrecerrados y un ala llena de sangre.

El ángel parecía haberla visto, pero no se movía. Era muy feo y pequeño, del tamaño de Elsita. Un ángel de niños. Se llenó de terror al pensar que si su ángel moría nadie iba a cuidar de ella, y apretó las manos haciendo que el empaque de las donas crujiera. El ángel abrió los ojos y lanzó una mirada ansiosa a las donas. La niña abrió una esquina del empaque y el ángel estiró la mano, esperando el alimento. Levantó un poco su cuerpo adolorido, arrebató el paquete de donas y se las comió con todo y empaque.

Esa fue una señal. Elsa corrió a la cocina y extrajo toda clase de golosinas: galletas, dulces y una botella de plástico con jugo de naranja. Llevó las cosas en etapas, usando la falda como medio de transporte. Trabajaba de prisa, pero cada vez que llegaba el ángel se había comido todo. El jugo de naranja pareció gustarle mucho e hizo señas a Elsa pidiendo más. La niña negó con la cabeza y trató de explicarle que ya no había jugo en casa.

Habiéndose saciado, el ángel empezó a acariciarse el ala herida. Elsa acercó su pequeña mano y trató de tocarlo. El ángel se retiró. La niña vio las grandes manchas de sangre y corrió a la casa para pedirle a su mamá que lo curara. La encontró lavando trastes en la cocina, con el rostro descompuesto por la falta de sueño.

-¡Mi ángel de la guarda se cortó un ala! ¡Está tirado! ¡No puede volar!

La madre apenas giró la cabeza.

-Ayúdalo tú, yo estoy ocupada. Arriba en el baño hay banditas.

La niña subió las escaleras de prisa. Cuando estaba inclinada sacando las banditas, vio una caja de pañuelos desechables y la tomó. El sol estaba en lo alto cuando Elsita terminó de curar al ángel. En el ala herida brillaban las banditas. La sangre que manchaba los pañuelos desechables lucía de un rojo intenso. Eso fue lo último que la pequeña recordó. Nunca pudo precisar en que momento el ángel dejó el rincón del jardín, pero sabía que siempre la cuidaría como ella cuidó de él.

Al paso del tiempo Elsa crecía y se alegraba, pues su ángel se desarrollaba junto con ella. Lo sentía grande y fuerte, vigilándola. La adolescencia llegó y con ella las primeras dudas de la existencia del ángel. La universidad y la edad adulta no permitieron que aquellos recuerdos, hechos ya jirones, fueran parte de su realidad. El ángel había sido una fantasía infantil.




Estaba en París, dejándose seducir por un cuadro enorme en el museo del Louvre. Era el primer viaje que hacía sola ejerciendo su libertad de adulta. Miraba fascinada al ángel del cuadro: alto, rubio, fuerte. Los recuerdos le murmuraban que había algo de cierto en el pasaje de su infancia y la lógica le gritaba que eran ilusiones. Atrás de ella, un hombre tenía sus ojos fijos en sus manos adornadas con anillos muy valiosos. El hombre se tensó cuando Elsa volteó. Desvió un poco su mirada codiciosa, no sin antes haber captado la gruesa cadena de oro del cuello. La siguió durante horas en su recorrido por el museo. Cuando salieron a la calle ya estaba oscuro.

Elsa caminaba distraída rumbo al hotel, apretando las manos por las sensaciones que había despertado en ella, el cuadro del ángel. Su perseguidor acariciaba una navaja. La joven se desvió hacia un callejón estrecho, solitario, sumido en un silencio apenas interrumpido por los pasos detrás de ella. Su corazón se desbocó cuando volteó y vio la silueta amenazadora, y la navaja lanzando destellos de muerte. Se precipitó a la distante salida. Sentía al asaltante acercándose. Un grito se congeló en su garganta. Ante la cercana muerte, la mente se le nubló. Oyó un aleteo. Era fuerte, poderoso y provocó un viento que le alborotó el cabello. Las piernas se le doblaron y cayó de rodillas. Se cubrió el rostro y esperó el ataque.

Los pasos se extinguieron. Elsa quitó las manos de su cara y volteó. Su perseguidor yacía en un charco de sangre con la cabeza semidesprendida. A un lado, un enorme ser desplegó sus alas mostrando una cicatriz en una de ellas. Su ángel de la guarda había crecido. Sus recuerdos eran ciertos, y esa certeza la llenó de serenidad, mientras la mortecina luz de la luna iluminaba el gigantesco cuerpo de la gárgola.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Gorgona, Por Paco Pacheco



Estas líneas son idénticas a las que lanza un náufrago en el interior de una botella movido por la remotísima esperanza de que las corrientes marinas las conduzcan a alguna playa, a algún puerto, y de que, cuando eso suceda, del que las escribió no queden únicamente los descarnados huesos. Lo dicho hasta aquí, por lo demás, es inexacto: no serán huesos lo que hallen de nosotros, sino otra cosa.

Verá usted, a quien lleguen estos folios, a quien tenga el suficiente interés como para no lanzarlos al cubo de la basura... ¡Ah, la juventud eterna!, la que sin recompensas, sin halagos, sigue buscando y, hecho el hallazgo, sigue como si nada hubiera sucedido... Va a entenderme ahora: cuentan, y es una historia de nautas aventureros, que luego de vencer a la Gorgona o a la Medusa –que son dos palabras equivalentes que designan el mismo horror–, Perseo le cortó la cabeza y presenció cómo del cuello sangrante emergía Pegaso, el blanquísimo caballo alado (siempre me pregunté cómo es que en lo monstruoso puede albergarse no sólo lo fantástico, sino lo bello –y viceversa–). Pero me estoy desviando; usted disculpará. Esas reflexiones no son válidas porque no es este su espacio. Luego de que Perseo, el de los mil recursos, hubo degollado a la Gorgona, guardó con una delicadeza que rayaba en lo femenino, la cabeza. La guardó en una bolsa. Dicen que era de ver la ternura con la que la llevaba siempre, los cuidados que le prodigaba (y cómo no, si Medusa se convirtió en manos de Perseo en un arma nunca vista. Debió tratarla con el mismo cuidado con que el explorador inmerso en las llanuras del África trata su rifle). En fin: sólo después de vencer a la Gorgona, Perseo pudo darse el lujo, porque eso fue un lujo, de fundar la sabia y prudente Atenas. Esa es la historia que cuentan, mas debe usted saber que es exacta en el caso de Perseo, no en el de la Gorgona, porque nunca existió una Gorgona. No diga nada, no me replique aún: una revelación no es tal hasta que se cumple o hasta que se ha desentrañado el sentido oculto, el enigma que siempre encierra.

Nunca existió una Gorgona, digo, y hay razón para afirmarlo, al menos en el caso de estas tierras que habitábamos nosotros, y digo habitábamos porque ahora sólo estamos aquí... Varios de nosotros fuimos viendo cómo, uno a uno, nuestros amigos iban trocándose en estatuas de sí mismos hasta formar una gigantesca y alucinante galería que comenzó a extenderse por toda esta isla. Todo inició en el puerto de Inbrun, con el desembarco de aquel submarino norteamericano. A poco de su llegada, en el prostíbulo de Mama Stasia, ésta descubrió que sobre el lecho de Chacha Siby estaba su escultura y la del marino que la noche anterior subió con ella, adivine en qué pose... Pero eso no sólo no alarmó a nadie, sino que fue aprovechado de manera magistral por Mama Stasia: colocó la escultura a la entrada del prostíbulo y la clientela aumentó; cuando las esculturas de Peppo y otro marino fueron encontradas en uno de los baños del mismo prostíbulo tiernamente abrazados, y sin un calcetín, la Mama volvió a aprovechar la circunstancia y colocó la doble escultura en la puerta, al lado opuesto de la Chacha Siby, y la clientela no sólo aumentó al doble, sino que se diversificó, y Mama Stasia contrató un grupo numeroso de jóvenes bien parecidos y dispuestos, y las entradas en dólares se quintuplicaron en un solo mes. Ir al negocio de la Mama era una novedad hasta para nosotros: corría el vino sin mesura y tres orquestas tocaban, turnándose, toda la noche. Claro que ya para entonces la galería se había incrementado: parejas de esculturas sonrientes en un giro de baile, distribuidas estratégicamente en el salón; grupos de hombres en las mesas en el trance de un brindis nunca terminado; un grupo de muchachas en un sillón... ¿Pero a quién le importaba por entonces? A nosotros, que encontrábamos una novedad todos los días en casa de Mama Stasia, no.

   
Así seguimos hasta que Mama Stasia fue encontrada frente a la caja, contando para siempre unos dólares de piedra. Entonces sí, porque fue entonces cuando el fenómeno rebasó las puertas del congal de la Mama, comenzamos a preocuparnos. Y lo hicimos porque, de los siete que éramos, Galio quedó para siempre sentado en el autobús que nos llevaba de casa de la Mama a nuestro barrio, el mismo día que la encontramos a ella hecha una estatua. De los seis que quedábamos Manlio permanece para siempre recargado, con la rodilla flexionada, sobre un poste: esperaba a que llegáramos todos. Los restantes cinco, entonces, decidimos vivir en mi departamento para cuidarnos de una amenaza que ninguno sabía de dónde provenía ni cómo atacaba. Pero dos días después de lo de Manlio encontramos a Talio frente a la estufa, después de oprimir uno de los calentadores (el agua, incluso, se había consumido, y la tetera estaba al rojo vivo). Dalio, que fue quien descubrió el hecho, corrió hacia la salida del departamento y en el instante de abrir la puerta, con un alarido de terror en el rostro, quedó con la manija en la mano para siempre. Los que quedábamos salimos por la puerta entreabierta, llegamos a la calle sólo para descubrir aquella multitud de esculturas en las más extrañas poses: un hombre haciéndole parada a un autobús; el chofer del mismo, con el volante en las manos; un mendigo en cuclillas, con el brazo estirado hacia un viandante que nunca se detuvo... ¿Qué fue de los otros que quedaban conmigo? No sé: esto que pongo aquí es cuanto he presenciado. Pero sé decir, en cambio, que el peligro jamás estuvo afuera, como todos creímos, que cada uno de nosotros llevó desde siempre una Gorgona que lo fue haciendo, sin que se diera cuenta y desde adentro, una estatua de piedra.

   
Ahora estoy en lo alto de un acantilado. Antes de ser lo que no quiero, opto por el suicidio. Espero sólo que nadie más, fuera de esta isla, abra el camino a su Gorgona, porque no puede haber tantos Perseos como Gorgonas.

martes, 3 de noviembre de 2015

Augurio, Por Bea Cármina

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Era un tigre aleopardado, era un leopardo atigrado. Lo encontré un día cualquiera sobre el escritorio de la biblioteca de mi casa; en acecho. Su mirada de sable, sus colmillos húmedos, centelleantes, me provocaron mareos, como si la tierra se hubiera trastocado; creí desvanecerme, pero el pensar que la bestia acabaría conmigo si caía al suelo, me sostuvo en pie. Sus ojos hipnóticos me llamaban, desde el fondo de las entrañas de la tierra, me estaban llamando.
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¿De dónde había salido la fiera? Parecía estar en su casa. ¿Por qué en mi escritorio? ¿Estaba ahíto? ¿muerto de hambre? ¿Le recordaba a alguien? Me miraba como si yo le perteneciera, como si siempre le hubiera pertenecido.  ¿Sería para él sólo un bocado? El animal, magnífico en verdad, lanzó un rugido y sin más saltó al piano de cola, mi grito silencioso se perdió en palpitaciones de locura. La bestia buscó acomodo inútilmente, y tranquila regresó a mi escritorio, se acomodó sin prisas, alzó su pata, me la tendió, como si aguardara la proximidad de mi mano. 
En la panoplia, frente al escritorio, en exhibición la Fabbri, la MP7 de la Heckler & Koch, y la que para mí era la más bella, esa Beretta M-90. Busqué la llave con la mirada, calculé las posibilidades de abrir el mueble, tomar una de las armas y, disparar antes de que me cayera encima, ninguna posibilidad, me repetí, y sin embargo tenía que probar, no me abandonaría, sin más, al capricho de sus fauces, de sus garras. Un confín de azogue tras la sombra jade de sus ojos, me detuvo. El presagio se encontraba dibujado en la parte posterior de su globo ocular. De inmediato supe que ese augurio hablaba de mí, aunque la fiera lo ocultara velándolo tras sus ópalos de fuego y esmeralda, pulidos por milenios. Asimétrica su criptografía, era, sin embargo augur presente de mi futuro. El animal parpadeó, el tiempo se detuvo. Al abrir de nuevo los ojos, una lágrima resbaló por su mejilla. La Bestia aprovechó mi distracción restregándose los ojos, colocó suavemente su cabeza por entre sus patas y semejó dormir. Sentí enojo, El secreto de mi destino tendría que esperar, no lo dejaría alejarse sin haberlo desentrañado. 
En ese momento reparé en el reloj antiguo de cuerpo entero. iba a dar la hora. Me dirigí a éste con el hálito suspendido. El repiqueteo de las campanadas lo despertaría de súbito, y de seguro le provocaría una violenta reacción, tenía que impedirlo, tan sólo faltaban unos pocos segundos para la hora. Localicé la llave, se me cayó y deslizándose quedó bajo el escritorio. Me agaché, mis dientes castañeteaban. Cuando faltaban 10 segundos para que -9-, las campanas del reloj empezarán a sonar- 8-, pude abrir la puerta de vidrio esmerilado -7-, y detuve el badajo -6-, y las manecillas – 5-, el reloj se resistía con fuerza maquinal, -4-, giré el minutero para el lado contrario -3-, me di cuenta que de nuevo marcaban la misma hora,-2-, metí la llave con premura y le di cuerda-1-, hasta reventarla -0-...

Ya encontraría alguna explicación que darle a Juan Pablo sobre esa cuerda; inservible ahora. La llave en la puerta de entrada me hizo reaccionar. Cogí mi bolso y salí corriendo, de puntillas. Lo tomé del brazo como un vendaval, lo besé apasionadamente y lo saqué de casa, cuando volteé antes de cerrar con llave, la fiera estaba ahí, expectante. Un terror sobrenatural me hizo correr, desaforada bajé de dos en dos los escalones, corrí hacia el auto temiendo mirar atrás.

Seductora, conduje a Juan Pablo a su restaurante favorito. A la mañana siguiente salía a Roma. Le dije que se me antojaba escaparme esa noche con él al Four Seasons. Protestó porque tenía que recoger su maleta de casa.

Yo te la llevo en avión a Roma.

¿Y tu libro?

Ya arreglé todo. Esta noche es nuestra.

Me besó. Deslizó su mano bajo mi falda, al ver la mirada del pelirrojo de melena leonada sentado frente a nosotros, desdoblé la servilleta de tela y cubrí mis piernas, ahora entre abiertas. Disimulé mi placer riendo, convirtiendo mis ayees en suspiros entrecortados, la temperatura subía, como si el mercurio del termómetro fuera a hacerse añicos, no resistí más, sus labios sofocaron mi grito.

Pide la cuenta, ¡pídela!

Me refugié en el baño, respiré a profundidad sólo una vez, no quería apaciguar del todo mi excitación. Me dio un ataque de risa al recordar los ojos del pelirrojo, que al espiarnos parecían querer escapar de sus cuencas. Al salir del baño, ahí estaba el individuo, hiperventilado, me aguardaba, de un de repente sus manos estaban bajo mis nalgas, su torso incrustado en el mío, separé la cabeza con fuerza y lo mordí en el cuello.

Su aullido de dolor aún retumbaba cuando llegué junto a Juan Pablo,

le susurré: voy pidiendo el auto.

Esa voluptuosa noche me recordó las primeras algo olvidadas, podría decir que nos entregamos por entero si no hubiera sido por la imagen presente del hermoso animal y la profecía que me aguardaban en casa.

Desde luego que no tomé el avión la mañana prometida, ni al día siguiente, ni después del día siguiente.

Frente a mí escritorio coloqué una mesita. En lugar de mi
Apple, ahora bajo el peso aleopardado, tomé mi IPad para continuar la novela. Cada vez que alzaba la vista, la llama de sus ojos encendía mi fiebre en calosfríos.

Día a día me prometía develar el misterioso augurio, que de cuando en cuando se dejaba ver; no lograra descifrarlo. En ocasiones, era yo la que frente a la suya desviaba la vista.
La primera noche atranqué la puerta de mi recámara. 
Macintosh HD:Users:Beacarmina:Desktop:2929646-tigre-de-bengala.jpgInsomne, lo escuché rondar frente a mi puerta.

La segunda noche, atranqué la puerta de mi recámara.

Insomne, lo escuché husmear bajo mi puerta.

A la tercera noche, únicamente la cerré con llave.

Toda la noche arañó mi puerta.


Al quinto, la dejé entre abierta.

De seguro esa noche podría descifrar mi augurio, me dije. Esa luz que sólo de la sombra surge.

Sibilino, se apostó en el respaldo del sillón de piel de cabritilla.

Me rindió el sueño sin lograr descifrar mi sino.


Vislumbré, así lo pienso, más no lo sé, sé que no pudo ser, que no pudo haber sido, que sonámbula buscaba entre los dibujos de su piel, que mis dedos se entreveraban entre sus trazos, universo de zodiacos y lácteas. Sus negros círculos concéntricos, hurtadores de vida, me entrampaban al girar. Me extravié frente a circunferencias truncadas, reflejos de pasajes cabalísticos en busca de un yo interior perdido en retruécanos de sombras, cuyas energías se proyectaban en otros reinos sensibles, no materiales, se trasmutaban en rayas, en láminas de Rochard, en arcos de violines desbocados, sonidos tejedores de cuerdas, de caracoleantes conchas, de remolinos inconclusos en abultadas pinceladas. 
Setos amurallados me interceptaron, me embrollé en entradas sin salidas. Busqué y rebusqué en la profundidad de sus grabados, el enigma... 
Un rugido, un feroz rugido, me abrió los ojos que tropezaron con mis párpados aferrados a otros párpados, así pude verme con el corazón en la mano, cortadas de raíz arterias y venas de donde brotaban ríos de sangre que estampaban en mi cuerpo deseos aleopardados, desgarros atigrados.

Con esfuerzo logré atraer el corazón a mi pecho, muy a tiempo, pues se sucedió un abrir de párpados, unos tras otros, cada vez más acerados, multitud de ojos, de párpados diluidos, me arrastraron en torbellino hacia el fondo de un abismo.

A punto de quedarme sin aliento percibí mis manos acariciando mi cuerpo húmedo. Destapada de sábanas mi entrepierna. Inmóvil, la bestia me miraba. Sin pudor alguno, sin cubrirme siquiera, llegué a la ducha, tibia el agua se deslizó por mi piel, exudaba un olor varonilmente ácido, como de bestia. Aspiré con fruición un otro aroma mineral que serpenteaba subterráneo por mis venas, el recuerdo y el deseo me acuclilló y, yo me pasmé ante el correr del agua, sus caminos, encrucijadas y zigzagueos; su huida, que como lluvia de octubre deslavaba mi cordura abandonándome al prodigio.

Juan Pablo abrió la puerta y me llamó, fui hacia él para impedir que entrara. Entre el desconcierto, la furia y un sentimiento de alivio al verme sana y salva, me abrazó, besándome salvajemente.

El rugido atronador de la bestia a mis espaldas, me paralizó. De un salto cayó sobre Juan Pablo y de un zarpazo le arrancó la cabeza.

Se echó sobre mi, el golpe me dejó inconsciente, cuando abrí los ojos vi en los suyos claramente mi augurio: un cráneo humano, mi cráneo, dibujado minuciosamente en el interior de una calavera, mi calavera. Entendí el porqué de mi fascinación.
La muerte era mi reflejo.

Suspiré enamorada ante mi destino. Abrí sus fauces. La bestia no opuso resistencia. Introduje en ésta mi cabeza, rodee su cuerpo, sus hermosas grecas con mis piernas, los latidos de mi corazón se aunaron a los suyos, me dispuse a morir, con temblores esperé sus colmillos, ansié su mordida. Su aliento de fuego me provocó un orgasmo que se llevó mi memoria, mi ser, mi identidad, mi sin sentido.
¿Qué está haciendo? ¿Qué hace?Como si mi vida hubiera perdido importancia, la bestia separó su cabeza, la mía cayó al garete. Me miró sin interés alguno, desvió su mirada de mi urgencia.

Se retira.

¡Qué haces!, le grito, me levanto, me sacudo.

Tanto para nada, me digo al ver a Juan Pablo despatarrado y sin cabeza, los dedos de sus finas manos, mudos ya de conciertos y sinfonías.

Busco al animal por toda la casa, no lo encuentro, voy a mi escritorio, nada, lo llamo:

¡Bestia maldita! ¡Maldita bestia!.

La fiera ha desaparecido y con ella mi glorioso destino.

Y entonces comprendo mi error: el presagio era para Juan Pablo, yo sólo había servido de señuelo, por eso seguía viva. Lloro de celos, grito de rabia, me doy de golpes contra el escritorio hasta que el dolor me derrumba en sollozos.

Tomo la Beretta, la descargo en el cuerpo de Juan Pablo. En su rostro no, para no destruir sus facciones que aún me embelesan.
Tocan a la puerta, subo y bajo escaleras, no quiero abrir, ni asomarme siquiera, camino errática por toda la casa, no dejan de tocar, me decido, me asomo por una esquina de la ventana.

Macintosh HD:Users:Beacarmina:Desktop:frans-lanting-lion-panthera-leo-chobe-national-park-botswana.jpgEn la puerta, sin soltar el timbre, el pelirrojo de melena leonada, espera. Antes de abrir, tomo La Fabbri.


lunes, 26 de octubre de 2015

Sacrificio, Por Perla Schwartz




Era una mujer con cinco cabezas. Se sintió cómoda hasta que descubrió los puntos cardinales, estos le resultaron insuficientes.

Para poder cuadrar su alocado itinerario, se vio en la necesidad de sacrificar la cabeza, en cuyo rostro había la mueca de una sonrisa sardónica.

Sólo así la mujer pudo instalarse a su gusto, en cada uno de los puntos cardinales. Trazó rutas caprichosas que nunca terminaron de confluir.

Cuando iba cruzando el sur, se asomó una incipiente raicilla de la anterior cabeza decapitada.

lunes, 19 de octubre de 2015

Basi, el disciplinado Por Matilde Martinez Santoyo



Nací hace muchísimos años. Mi padre era temido en toda la comarca porque convertía en piedra a quien se atreviera a mirarlo. En cambio a mi madre, la querían. Y a mi, siendo el unigénito, me acusaban de apocado y cobarde. Eso a mi padre, le ponía la cresta de punta, y sus ojos, ya de por sí rojos, centelleaban:

- Eres una deshonra para la especie -me gritaba, y yo me encogía.

Tiempo después mi padre, dándose por vencido, por no poder educarme como él quería, decidió llevarme con su familia para que me enseñaran las artes propias del género.

Me puse muy triste, las enseñanzas de mi madre eran tan diferentes a los deseos de mi padre  -ella nunca mató a nadie con la mirada-. Era yo muy pequeño y me sentía confundido.

Partí con mi padre a la casa de los abuelos. Agité mis alitas para despedirme de mi madre y nunca salió. Quizá, para que yo no notara su tristeza.

Caminamos, volamos y nos arrastramos durante una semana. Llegamos al pueblo de mi padre. Ahí todo era gris. La oscuridad reinaba la mayor parte del tiempo. Los abuelos no se sintieron muy felices de tener al extraño nieto con ellos. No era posible que un hijo de su hijo, fuera todo lo contrario a lo que se esperaba de los de su raza.

Decidieron que como fuera, me convertirían en un temible ejemplar. El entrenamiento fue duro. Los abuelos, siempre exigentes, concluyeron su labor.


Basi se irguió apoyado en su larga cola, abrió las alas y los miró.

martes, 13 de octubre de 2015

Informe Independencia, Por José Manuel Ruiz Regil


I

Un fuerte sobresalto dejó en silencio la ciudad. Los segundos que siguieron a aquel temblor se llenaron de un pánico compartido que sensibilizó más que cualquier otro evento catastrófico en la historia de los últimos años. Los ojos de unos buscaron respuesta en las mudas bocas de los otros. Más tarde los oídos se saturaron con hipótesis, suposiciones, imaginaciones y versiones de los hechos que lo único que provocaron fue un estupor generalizado.

Los medios de comunicación se contradecían entre sí, pretendiendo cada uno ofrecer a la población una versión más acuciosa de los hechos. Periodistas independientes, investigadores emergentes, estudiosos geógrafos, geólogos, ingenieros en acústica y en mecánica de suelos, a cual más, se adjudicaron la responsabilidad social de explicar aquel fenómeno. Pero ninguna respuesta satisfacía a cabalidad el origen y el destino de aquella sacudida del 15 de junio del año 2013, en la Ciudad de México.

A los pocos días el registro de un nuevo pero más alargado temblor se comentó en aquel lugar. Esto dio pie a recrear la primera sensación, y hubo consenso en que desde la primera vez, y de manera constante, se había percibido en la atmósfera un insistente zumbido que crecía en volumen a medida que pasaban los días.

Expertos discutían sobre la veracidad de esta afirmación cuando una nueva sacudida cimbró el primer cuadro de la ciudad, acompañada de, ya no un zumbido, sino un chirrido ensordecedor que alertó mucho más a las autoridades y llenó de pánico a la población. Desde ese momento una constante ondulación de las calles y avenidas anunció una transformación inminente. Nada volvería a ser igual. El futuro era más incierto que nunca y la amenaza sin nombre alimentaba la imaginación de todos cuantos veían caer edificios, monumentos y muebles públicos a su paso.

Apareció el primer reporte cívico, subido a la red por un usuario de twitter con la cuenta @yoloviprimero. Decía: “Es increíble. Salió del lago de Chapultepec arrastrándose como un gusano”. La reproducción del retrato hablado circuló casi al mismo tiempo. Las pantallas de televisión y las redes sociales publicaron versiones a cual más disímbolas del supuesto alien rastrero. La atención colectiva llevó sus ojos al piso y todas las precauciones de seguridad se orientaron hacia los pisos altos de los edificios. La gente salía con pánico a sus labores, esquivando tuberías de agua, gas o detritus que repentinamente brotaban ante su paso. Cerraron las escuelas. Todo mundo se pertrechó detrás de su aparato televisor confiado en que el "hermano mayor" sobrevolaría la desgracia, informándoles las coordenadas de su seguridad.

Algún temerario ignoró las recomendaciones hechas por Protección Civil y, jugándole al Indiana de petatiux, quiso interceptarlo a su paso descolgándose desde el balcón de la Columna de la Independencia, luego de lanzar un latigazo con el que logró asirse a una de sus astas y montar sobre el caparazón. Las fotos que se muestran en el adendum 3 de este informe constatan la veracidad de esta declaración, y fueron tomadas justo antes de que la alimaña sobrealimentada se quitara, como quien espanta un mosquito en el oído, al héroe efímero con una de sus ágiles tenazas de hojalata recién desarrolladas.

Cerraron los negocios, las plantas bajas, los primeros pisos, los estacionamientos. La ciudad elevó sus precauciones y su estilo de vida a nivel de penthouse. Desde esa perspectiva se podía abordar el problema con más calma. Pero como suele suceder en estos casos de desastre, los más desprotegidos y carentes de posibilidades materiales pagaron las consecuencias de su inmovilidad. Vendedores ambulantes del Eje Central Lázaro Cárdenas dieron su último pregón antes de quedar estampados sobre el diseño bidimensional de su antes expandido toldo fuscia. Un joven coyote de la Colonia Buenos Aires, que no le había dado la suficiente importancia al tema, pero que estaba al tanto de lo que sucedía, en una rápida exploración que hizo en su bicicleta al centro de la ciudad pudo ver, como por un guiño del destino, al monstruo en cuestión. A diferencia de lo que hubiera hecho cualquier otro ciudadano 2.0, éste se guardó la información y prefirió estudiar el comportamiento de aquel ser extraño, por su cuenta, unos días. Suponemos que, de alguna manera, este sujeto fue una de las primeras víctimas. La siguiente descripción fue hallada en un cuaderno escrito con faltas de ortografía, después de las excavaciones hechas en la zona Cero. Los dibujos, dignos de un gran observador, se anexan al final de este reporte.

Un caracol gigante. Se arrastra sobre el asfalto derritiéndolo todo a su paso. Parece que su piel es altamente corrosiva. Despide un olor a caño insoportable.

En otra hoja, luego de varios garabatos: Parece que se alimenta de basura y desechos orgánicos. Su respiración es la de un organismo muy agotado. Por momentos parece desesperado. Los sonidos que emite son parecidos a los chirridos de un cerdo a punto de morir.

II

Algunos voluntarios se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el monstruo, arriesgando innecesariamente sus vidas, con la ilusión de salir en las noticias como héroes en caso de lograr vencer a aquel desatino de la naturaleza. Un aguerrido joven se lanzó contra la bestia con un lanzallamas. Descubrieron entonces que era vulnerable al fuego. Sus largas y bifurcadas astas de reno, que más bien evocaban una arborescencia boscosa rematada en ojos, envolvían a sus víctimas y las inyectaba de paranoia. No necesitaba tocarlas, simplemente, dirigía sus globos oculares cuyas pupilas palpitantes se dilataban y contraían, creando una onda psicodélica que los hacía entrar en un estado alterado parecido al delirium tremens. La mirada múltiple se dirigía a su vez al centro vital del condenado y éste caía inerte de inmediato. Luego dejaba escurrir una baba sutil que goteaba minuciosamente, distribuyéndose por las coyunturas de sus astas y regaba de ácido clorhídrico a su presa, la cual desaparecía convertida en una nube de gas melancólico.

"La parte superior de la cabeza se abre y se cierra a voluntad, dejando escapar, según la ocasión diferentes remates que le sirven para enfrentarse a su enemigo o allegarse más alimento. Hasta el momento se sabe de dos remates posibles. Uno, que sale del cenit de su bóveda craneal, es una cornamenta arborescente rematada de ojos, los cuales despiden reflejos de luz, como si sus pupilas fueran espejos que rebotan la imagen del sol; y otro es una cabeza de serpiente cuya lengua bífida puede ser tan rígida como la espada mejor templada de doble filo, y además, verter a través suyo un fluido cicatrizante que cauteriza las heridas provocadas por mutilación."

Por muy temible que fuera aquella amenaza la unidad de inteligencia de la ciudad habría sabido establecer una estrategia para inmovilizar a la fiera. Y procedieron a trazar un plan, cercando los posibles vías de regreso a su origen en Chapultepec.

Cuando la noticia fue publicada por los medios, el sensacionalismo en parte, y el acelerado desarrollo del fenómeno convirtieron la incipiente descripción en algo parecido a: Una enorme babosa que se alimenta de todo lo que encuentra a su paso, principalmente basura orgánica. Por suerte, en México todavía dicha práctica no se había extendido como era deseable, por lo que el monstruo no pudo ingerir la cantidad de combustible que su ansia le demandaba, y por lo tanto su tamaño no llegó a ser tan grande como pudo haberlo sido si su aparición hubiese ocurrido en un país desarrollado. Sin embargo, su sofisticado sistema olfativo detectó a no muchos kilómetros del centro un depósito de desechos orgánicos que estaba en proyecto desde hacía varios sexenios para convertirse en una planta de reciclaje. Así es que sin dudarlo orientó su pesada existencia hacia el noreste de la ciudad.

Mientras las autoridades se organizaban -lo cual al día de entrega de este reporte todavía no acaba de suceder-, grupos espontáneos de caza aliens, autodenominados freakbusters o defensores de la libertad subieron a las azoteas de la zona y desde ahí monitorearon los movimientos del híbrido fantástico. No estaban ya tan preocupados por su taxonomía como por su detención. Estaban decididos a acabar con él antes de que acabara con ellos sin motivo alguno.

Otros testimonios declararon: Gelatinoso, semi-transparente, emite un sonido viscoso al caminar, producido por el roce de sus pliegues. Se adivina su interior como una masa acuosa formada por pequeñas burbujas de consistencia parecida a la tapioca. Sobre ese cilíndrico y pegajoso cuerpo descansa una enorme espiral que funciona a la vez como refugio, escudo y arma. Ese caparazón de evocación galáctica oscila hacia uno y otro lado cuando avanza, golpeando ambos lados de la calle y causando cuantiosos destrozos.

Cuando el monstruo se topa con un oponente, sin importar su tamaño o magnitud de la amenaza que represente para él, su cuerpo se estría alcanzando alturas superiores a los edificios más altos. Aquella columna exhibe entonces lo que sería un largo abdomen marcado por los músculos tan tensos como cables de puente colgante, y cuando llega al punto más alto se deja caer en peso muerto, aplastando irremediablemente todo lo que queda debajo.

Además, se ha descubierto que a medida que ingiere materiales no orgánicos sufre velocísimas mutaciones que se expresan en la aparición de miembros imposibles, como lo demuestra el par de tenazas de lámina que desarrolló en una sola noche al digerir un automóvil abandonado en la calle de López, cercana a la zona donde se ha llevado a cabo la cacería. La forma en que los vecinos del centro se han organizado para cercar esta amenaza es por medio del fuego. Las calles próximas a la alameda se han encendido de antorchas y gritos humanos que compiten en estridencia con los lamentos del fenómeno que no se sabe si clama piedad o amenaza a cambio de alimento.


III

-¿Lo viste? –Preguntó a Martina la señora Ovalle.

-Me vio él a mí. –Respondió titubeando asustada la chica, mientras daba el último jalón al mecate con el que aseguraba la caja de sus pertenencias antes de salir rumbo a su pueblo natal.

-Juro que lo vi anoche en mi recámara. No estoy loca. Se asomó a la luna de mi espejo. Pasé la noche escondida en el ropero hasta que amaneció. –Declaró otra testigo.

Noche a noche la noticia fue comentada puntualmente por Joaquín López Dóriga en su espacio televisivo:

-Y con respecto al alebrije gigante, oiga usted, le informo que el saldo que ha dejado al día de hoy, después de dieciocho días, sí, fíjese, dieciocho días –y la policía no hace nada- es de mil ochocientas setenta y tres víctimas. La mayoría de ellas muertas por aplastamiento y otros por contacto con las sustancias ácidas que exuda por la piel, si es que así se le puede llamar a la superficie de su cuerpo. Así es que si no tiene nada que hacer, por el centro de la ciudad de México. Es más, yo le diría, aunque tenga algo que hacer, no vaya al centro, podría usted perder, perder la vida, le digo. Titubeó y agregó a la nota: me informan en este momento que se han recuperado algunas víctimas, sólo que la secretaría de salud pública pone sobre aviso a la población de que es probable de que una vez tocados por el monstruo, se sufran mutaciones de consecuencias inimaginadas. Tome sus precauciones.

Sin embargo, grupos reaccionarios salieron en defensa del infausto espécimen y alegaron que no se podía atentar contra su vida así como así. Que era responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México tomar muestras de tejido de sus diversas extremidades y analizarlas para conocer el origen de aquel fenómeno. A lo que una gran parte de la sociedad civil organizada y apanicada se opuso, anteponiendo el valor de la seguridad por encima del de la ciencia.

Ante esto un pequeño grupo de intelectuales, encabezados por el escritor y balonpiéaficionado Paco Ignacio Taibo II, decidió mediar las acciones y sentarse a negociar con el enclenque músculo en reposo de la fuerza pública y la facción de tarea de la Asociación Cacerolas Sublevadas de Madres Levantiscas de la Sagrada Ovulación. Aguerridas amazonas dispuestas a todo con tal de garantizar la salud y permanencia de sus pegostes.

-Muy bien, entusiastas defensoras de la patria. –inició así su discurso el escritor, en el kiosko de la Alameda. –Es momento de demostrar de qué lado está el poder y la conciencia. No podemos permitir que un engendro de esta naturaleza cambie nuestro estilo de vida y mucho menos dejar indolentemente nuestra gente a la deriva para acabar siendo alimento de un ser mutante de semejante naturaleza, o quedar aplastado entre su asquerosa corpulencia y algún edificio de gobierno. Recuperemos la calma y establezcamos una manera estratégica de actuar.

-Hay que aprovechar que ya sabemos que le teme al fuego. –Expresó una doña esgrimiendo una antorcha formada con un palo, trapos viejos y gasolina. A lo que muchas otras asintieron con un grito unísono de guerra:

-¡Aaahhhhh!

-Está muy bien, señoras. –Siguió el intelectual-. Ya sabemos cómo arriarlo hacia su celda definitiva. Sólo tenemos que determinar cuál será este espacio, lo que vamos a hacer con él y cómo esta herramienta de contención nos puede servir también para atraerlo.

-¡Tenemos que ofrecerle una carnada! –Expresó una mujer que sacaba la mitad de su cuerpo de un balcón, gritando por encima de la multitud que se extendía cruzando Avenida Hidalgo hasta el barrio de la Santa Veracruz.

-Por lo menos sabemos que no tiene intenciones de comer humanos. Sólo come desechos orgánicos. –Replicó una voz anónima, que evitó identificarse cuando se le buscó.

-Nosotros somos orgánicos. –Precisó alguien al fondo, evidenciando el malinformado alivio.

-Pero hasta ahora las víctimas han sido colaterales. En ningún caso se reporta un ataque directo.

-Hasta ahora, porque ha encontrado alimento. Pero si uno llega a caer en su perímetro no discrimina hasta haberlo ingerido. Es entonces que desecha, transforma o deglute lo que va necesitando. Lo sé porque mi hijo puede verse a través de su piel. Va incrustado aquí aquí. Se le ve y casi oigo su voz pidiendo auxilio.

-Entonces habrá que marcarle un rastro de desechos en dirección a su destino final.

-¿Y cuál será ese?

-El edificio Independencia. –Se hizo un silencio inquisidor.

-Sí. Donde estuvo la estación de bomberos. A unas cuadras de aquí. Ahí se apagará el fuego.

-Donde ahora está el MAP. –Aclaró Taibo. Pero, ese edificio es patrimonio de la humanidad. Es modernista, lo acaban de renovar y …

-Estuvo cerrado mucho tiempo. Luego fue de Hacienda. Pero se sabe que en sus sótanos hubo talleres prehispánicos –Dijo un viejo. –No es mala idea. Seguramente este es el engendro enquistado de la conquista. Devolvámosle a la tierra este renglón torcido y empecemos de nuevo.

-Lo sepultaremos en el sótano. –Alzó su voz un ingeniero civil que al hablar se elevaba sobre la plataforma de una grúa por encima de la concurrencia. Y con altavoz explicó a sus conciudadanos la continuación del plan, una vez lograran atraerlo hasta la entrada de Revillagigedo con carnada orgánica.

Se formaron escuadras por calle. Cada una concentró en un punto de acopio la mayor cantidad de desechos orgánicos posibles para concretar la acción colectiva, que se fijó para los siguientes cuatro días a las 6 de la mañana. El día acordado a la hora precisa cada líder de calle estaba en la esquina junto con su escuadra de apoyo para poner el maloliente manjar que habría de atraer al yerro mutante a su sepultura.

IV

-¡Ahí viene!

-¡Que no se escape! ¡Ciérrenle el camino con las antorchas!

-¡Está despedazando la calle de Madero, y está recién arreglada!

-¿Qué pasa?

-Ya devolvió al hijo de la señora. Le pusimos una línea de hamburguesas de Mc.Donalds y luego de comerlas vomitó, y ahí salió el chico.

Un batallón de revolvedoras de ICA desfilaba por Paseo de la Reforma en dirección a Balderas. En poco tiempo rodearon el edificio del MAP. El ingeniero Coto daba instrucciones subido en una grúa telescópica similar a la del día del mitin. La captura se transmitió en cadena nacional, repartiendo por primera vez el rating por igual a todas las televisoras, sin que por ello algún sector se quedara sin posibilidad de verlo, o algún otro sacara provecho excesivo por captar el mayor número de televidentes. Aún así se pusieron pantallas gigantes, no en el Zócalo, porque formaba parte de la zona Cero, pero sí afuera del Auditorio Nacional, en el Estadio Universitario y en el Estaduio Azteca. Todas las cámaras del Gobierno de la Ciudad apostadas en la ruta oficial se conectaron a una sola señal para poder ver, prácticamente, en un diámetro de 360 grados, el evento que por un momento uniría sin diferencias ideológicas todos los colores del espectro nacional.

Los artículos promocionales no se hicieron esperar. Pero como el monstruo mutante tenía tantas facetas había camisetas donde se representaba con patas de conejo que no se supo siempre si las tuvo realmente o si fueron adosadas por la imaginería supersticiosa de las clases populares. O si las perdió en algún enfrentamiento huichol. El fanatismo de algunos coleccionistas generó grandes especulaciones financieras acerca de la subasta del caparazón que se decía tenía propiedades curativas. Un extravagante millonario inglés, hizo un depósito por Pay Pal a un Hacker de una página en Facebook que empezó la puja, de 1 millón de dólares a cuenta del trofeo.

Una línea recta de hedor prometía un continuo manjar tan largo como la Avenida Juárez custodiada de antorchas y una muchedumbre enardecida que gritaba Paz, paz, paz, paz. Al dar la vuelta en Revillagigedo se hizo un silencio expectante. En medio de ese suspenso se escuchó el rugir de los motores de las revolvedoras de cemento que empezaron a girar sus lavadoras. Dentro del mítico edificio, bajando por la rampa del estacionamiento el zumbido ensordecedor del leviatán se confundió con el eco reverberado y el choque de la grava que al verterla para inundar el sótano del edificio se volvió una tapia, luego de cinco horas continuas de nutrirla de argamasa y secarla con turbinas de avión.

Al secar el último centímetro cuadrado de colado rompieron los vítores a todo pulmón. Aquel festejo cobró incluso mayor relevancia que las fechas patrias tan caducas y huecas. No hizo falta más grito que el de Paz y libertad para que todos se abrazaran y declararan desde entonces el día de la sociedad civil para recordar esta acción pacífica que les había salvado el futuro.

Tiempo después las autoridades siguen discutiendo a quién le corresponde el gasto de la reparación de los daños, si a la ciudad o a la federación. Han surgido propuestas en el congreso que sugieren la donación voluntaria de recursos para la reconstrucción. Pero hay quienes se oponen y no conformes con eso exigen una indemnización por parte del gobierno por los daños sufridos en sus hogares y negocios.

El Museo de Arte Popular ha cobrado gran relevancia al sumarle a la leyenda de su edificio la anécdota del monstruo sepultado en su sótano. Vox populli le llaman "el mausoleo de la bestia".

Taibo presentó un libro titulado Informe Independencia en el que narra el cuento de un escritor incipiente que queriendo participar en un concurso de cuento sobre alebrijes se puso a escribir una historia en la que describe la emergencia de un monstruo mítico que surge del lago de Chapultepec, que se alimenta de desechos orgánicos, y que a falta de una buena estrategia de inteligencia por parte de las autoridades, la sociedad civil se organizó acabando con la amenaza.

Corte a: López Dóriga a cuadro en una televisión Zenith de 14 pulgadas sobre una mesita de madera en una estancia clasemediera: ¿Recuerda usted a la bestia de chapultepec? Se han detectado brotes mutantes en iztapalapa. Si usted nota cambios bruscos de comportamiento en alguno de sus conocidos. llame al 01 800 700 bestia y evite todo contacto.

ADENDUM


jueves, 17 de septiembre de 2015

Yohebund, Por Paco Pacheco



En tiempos muy antiguos, cuando el hijo de un líder cumplía 92 días, el padre cazaba un yohebund. Era éste un ciervo del tamaño de una liebre –el más pequeño, pero no el más veloz de los de su especie–, del color del fuego –según decires imposibles de confirmar, su temperatura media era de 62 grados, aunque podía llegar con facilidad a los 100, y causar, en consecuencia, incendios y devastación a su paso–. El cuerno derecho del animal apuntaba hacia la tierra y el izquierdo al cielo. El primer bocado sólido ofrecido al infante era esa carne, y debía alcanzar para alimentarlo durante los siguientes 31 días. Si se hacía así, al crecer y recibir el mando sembraría ruina y desastre entre sus adversarios; obediencia y mansedumbre incondicionales entre sus súbditos. La causa de la extinción de tan bizarra especie, sostiene la más creíble de las hipótesis, se debió al aumento de los hijos –naturales y legítimos– de los líderes.

Tal costumbre, según todo indica, inició en el período cromagnon, llegó a su clímax en la época de Ur, y existe la sospecha de que, a sugerencia de Alfons de Borja y Cavanilles, Isabel de Borja y Llançol, hermana suya, ordenó la cacería del último yohebund después del nacimiento de Roderic de Borja. Ciertos calumniadores, sin embargo, sostienen que aquel ciervo de fuego, a diferencia de sus antecesores, tenía el cuerno derecho apuntando al cielo y el izquierdo hacia la tierra, por lo que, queriéndolo o no, han arrojado la sospecha de que se trataba de un falso yohebund y, por tanto, algo de ilegitimidad hubo en los hechos, no sólo de Roderic, sino de esta singular familia valenciana cuyo lema fue Dieu et mon droit. (Por cierto, para quienes hayan olvidado el dato, Alfons pasó a la historia como Sixto III y su sobrino Roderic como Alejandro VI. Parece que para César, hijo de Roderic, ya no hubo yohebund en el viejo ni en el nuevo mundo, por lo que únicamente causó el desastre entre sus enemigos, sus seguidores y su misma familia, pero jamás la mansedumbre de incondicionales y súbditos.)

lunes, 31 de agosto de 2015

La hora de la sombra, Por José Manuel Ruiz Regil


I

Volvió por el largo pasillo del que había salido. Llevaba al hombro una mochila tipo militar bastante pesada. Se ladeaba al caminar. Había olvidado recoger el dispositivo que estaba en la repisa, debajo del espejo. Fue cuando llegó a la puerta de salida que se acordó. Recordó el rectángulo negro y se oyó a sí mismo diciendo “... para que no se me olvide”. Y se le olvidó. Por eso, sin deshacerse de aquel estorboso equipaje, recorrió el pasillo en sentido contrario para volver por él.


Al llegar a la repisa, reparó en su imagen reflejada en el espejo y sintió un coraje incontrolable. Sin pensarlo y olvidando la prioridad del tiempo y el motivo de su regreso hasta el fondo del pasillo, donde la casa se bifurca hacia izquierda y derecha para acceder a las habitaciones, tomó fuerzas, empuñó la mano, retrajo el brazo y lo soltó directo hacia su cara virtual. El estruendo, las astillas, los reflejos, el vacío, borraron su imagen nítida y agitada, pero descubrieron, detrás del azogue, otra salida.

El marco vacío limitaba el paisaje que se encontraba detrás de la pared. La atmósfera vibrante de aquella escena le hizo olvidar el dolor de los nudillos sangrantes, la cólera que lo había empujado a golpearse, el motivo electrónico de su regreso y la prisa que lo había hecho olvidar. Bajó lenta y descuidadamente la mochila hasta dejarla abandonada en el piso y, con cautela, se acercó a aquel recuadro maravilloso. Una naturaleza completamente ajena a la conocida lo invitaba a dar el paso, y lo dio. Una vez afuera se sintió ligero. Toda la pesadez, que lo agobiaba dentro se había disipado en un instante. Sus ojos brillaron ante aquella inmensidad de tonos tornasol. Frente a él pasó un ¿ave? No supo reconocer su naturaleza. Un cuerpo ovoide de apariencia metálica con una larga cola diamantina atrapó su atención.

 
Al instante todos sus recuerdos, planes, preocupaciones, deudas y remordimientos se convirtieron en una esperanza absoluta y un ansia de comunión con aquel mundo desconocido. Inició su recorrido por una senda cristalina que lo llevó por el centro de una topografía inaudita. Lo único que reconocían sus sentidos era una aparente caída de agua que se oía a lo lejos. Y hacia allá se dirigió. A su paso cruzaban el camino ¿organismos? ¿seres? ¿objetos animados? que no podía distinguir por la velocidad con que aparecían y desaparecían frente a él. Destellos apenas. Memoria en el espacio que resultaba inasible a su percepción. Una especie de maleza de consistencia viscosa y reflejante distorsionaba la visión, que se aclaraba a medida que la penetraba. Un juego de espejos orgánicos que al rozar la tela de su chaqueta emitían sonidos, hasta el momento, indefinibles para él, por no limitarlos a una naturaleza angélica o demoniaca. Empezaba a entender que el topos donde pisaba, iba mucho más allá de las dos polaridades con las que él estaba acostumbrado a entender y juzgar su mundo.

Había en el aire una calidad de frescura desconocida. Le llamó frescura por no tener a la mano otra voz con qué poder asir esa experiencia. El sonido de lo que él había identificado como una caída de agua se intensificaba a su paso. Y al pasar un túnel atravesado por rayos de colores similares a los del espectro de luz blanca, pero que no eran precisamente esos, sino otros, se abrió un nuevo claro donde estaba reunida una comunidad de seres absolutamente indefinibles. Su mente lógica y pragmática quiso identificar su naturaleza y asociar sus estructuras, movimientos y sonidos a alguna taxonomía conocida, pero lo único que consiguió después de tanto esfuerzo fue soltar una liviana risa despreocupada que le regaló una nueva sorpresa. Sorprendido, emitió nuevamente algún sonido. Probó con otro. Dijo su nombre: “Ca-rol”, “Ca-rol”, “Caaaa-rooooool”, gritó, reprimiéndose al mismo tiempo para no llamar la atención. Y siguió resguardado detrás de un campo electromagnético que le servía de escudo -según él. Su voz había adquirido una textura metálica. Probó echando vaho. Una resonancia en su garganta le permitía emitir sonidos armónicos, tres o cuatro notas relativas al mismo tiempo. 


 
“¡...EeES IiNCcREíÏbBLle…!”, dijo para sí, explorando su nueva naturaleza fonética. Aquel telón transparente que lo invisibilizaba ante la multitud desapareció entonces, regalándole no una sensación de vulnerabilidad, sino de un fuerte deseo de ser visto. Avanzó hacia aquel tráfago de seres que era de donde venía ese cántaro de agua que le había servido de brújula. Caminó entre esas presencias buscando algo parecido a una mirada, pero no encontró nada similar. Asoció sus movimientos a los de un colibrí, una de las especies de aves más enigmáticas para él, capaces de sostenerse en el aire batiendo sus alas a más de 100 km/h para libar el néctar de las flores una vez introducido su largo pico en su corola. Pero no eran colibríes, ni tenían ojos, ni plumas, ni alas, ni pico, ni se suspendían en el aire para proveerse de ningún alimento que les surtiera energía. Estos seres cambiaban de forma en cada aparición. Digo aparición porque su viaje en el espacio no tenía una trayectoria definida, sino que, de pronto, habitaban el vacío a cierta distancia y en fracciones de segundos, reaparecían en otro punto, sin dejar rastro más que una memoria efímera que a cualquiera de nuestra especie le hubiera parecido, más que enigmática, desconcertante. Pero a Carol eso le pareció divertidísimo y se sentó a la vera del camino de cristal para observar este espectáculo de luces y sonidos que dejaban sus recuerdos infantiles de la navidad en una escala de burda ilusión.


-No te esperaba tan pronto. -dijo una voz femenina aterciopelada, a sus espaldas. 

Dio un giro súbito para descubrir de donde venía esa voz, pero detrás, no encontró nada.

-Seguramente estarás sorprendido, cansado y hambriento. -continuó aquella voz salida de quién sabe dónde, pero que él sentía cálida en la nuca. Se movió en círculos mirando hacia todos lados hasta provocarse un vértigo que lo hizo caer inconsciente, haciendo sonar, al choque de su cuerpo con el piso, una escala metálica de campanas.


II


Al despertar se encontró solo en una habitación amplia, sobre una cama, cómoda, pero de un material indefinible para él. No tenía sábanas ni nada parecido a una almohada, pero aquella superficie se amoldaba a sus movimientos brindándoles una cálida sensación de protección.

Desde ese lecho seguro miró a su alrededor. Lo que identificó como ventana, era el origen de un tubo de luz oblicuo que atravesaba la habitación e iba a parar al otro extremo del cuarto, revelando en su interior toda una zoología asombrosa que él asoció a las formas conocidas de amoebas, giardias, espiroquetas, gusanos, y protozoarios, donde él esperaría ver partículas de polvo inocuas, nada más. 

Absorto en esa contemplación abandonó el lecho para recorrer el rayo en toda su extensión. Aquello era como un acuario sin agua, como un túnel sin límites, pero bien delimitado a su vez por la frontera de una sombra que se abría al resto de la habitación. No se había dado cuenta de que estaba completamente desnudo, pues la sensación física de frío o incomodidad alguna no existían ya en su conciencia. La atmósfera a su alrededor lo envolvía cálidamente como un guante que se amoldaba perfectamente a la inteligencia de sus movimientos. Ni hambre, ni sueño ni cansancio, sólo una paz inconmensurable, y un atisbo de pasado que no incomodaba, sino que veía como el origen de un puente en el espacio-tiempo que le había permitido llegar hasta allí, donde la gratitud era generadora de nuevos escenarios.

 
No se atrevía a cruzar el haz, a interrumpir el flujo de esas creaturas que le ofrecían un espectáculo más confrontador y hermoso que cualquier obra de arte conocida. Se agachó en el ángulo más amplio del rayo, y pasó por debajo al otro lado. En esa posición el contenido del tubo lumínico era otro. Traslúcidas figuras amorfas parecían escapar, de abajo arriba. Cruzó otra vez por abajo, al otro lado, y encontró otro paisaje de reminiscencias microscópicas. Volvió una vez más al otro lado, y ahora cambió el color de la sustancia lumínica. Lo pensó unos minutos y, de súbito, se hizo atravesar por el rayo. Con los ojos cerrados y la atención al límite, para percibir cualquier cambio molecular en su estructura, abrió los brazos y ofreció su pecho al fluir de quarks. 

Entonces, la fuente de luz cesó y la habitación quedó en tinieblas. Cuando abrió los ojos no pudo distinguir arriba de abajo, aquí de allá ni esto de aquello. Flotaba en un limbo sin punto de referencia alguno. Emitió algo similar a un gemido, y una luz tímida pareció brillar, como un hilo que gemía; luego probó un grito y la línea se hizo más grande; siguió intentando con más sonidos y frecuencia y, poco a poco se vio envuelto en un haz luminoso de consistencia casi sólida, donde navegaban seres como él, extrañados por su suspensión. 

Desde la obscuridad, unos ojos miraban atentos el flujo de microorganismos innombrados.

Al poco tiempo un nuevo ser se unió a ese flujo. Entendió que no volvería a aquel lugar de su casa, donde estaba la repisa bajo el espejo que le despertó la ira con que abrió esta dimensión. Y se concentró en ser luz, mientras llegaba la hora de su sombra.







lunes, 24 de agosto de 2015

Desde el ombligo del mundo, Por Bea Cármina -La Urpilla.


  
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La pequeña embarcación semejaba un terrón de azúcar morena a punto de ser machacado por el mar y su furia. Las olas, en diabólicas carcajadas,  la remontaban hasta su cresta, derribándola de sopetón en abismales caídas. Vomitados fuera de la borda, a cada desplome, uno o dos pasajeros eran tragados sin dilación. Alguna bestia las había desatado, lo sabía Naha, y de la impiedad de estas se contaba en la aldea. Ella lo había escuchado de noche en noche, de boca en boca, a su abuela, a sus tías, a sus primas, hasta su madre acostumbraba desgranar testimonios y relatos suplicando clemencia, cuando se conocía que el mar empujado por algún demontre avanzaba con el fin de engullir a los pobladores del lugar. Madre murmuraba sus creencias una noche sí y otra también, pero a voz casi inaudible y a escondidillas, pues el padre de Naha odiaba esos relatos que "las vuelven timoratas y presa fácil de los perjudiciales que rondan en busca de músculos, virginidades, dentadura sólida, huesos calcificados para venderlos a los esclavistas que les arrancan la dignidad. Esos son los diablos y nadie más”, afirmaba y no paraba de advertirlo. “Contra esos tenemos que luchar sin darnos por vencidos”.

Las historias relatadas por el Brujo Mayor sobre los siete engendros que habitan el mar la habían hecho suplicar a su padre que la amarrara al navío, temía ser arrebatada por alguno de estas criaturas, que se habían llevado a sus dos hermanitos, tiernos aún, Kousla y Montwana, una tarde que jugaban en la arena, aunque, como siempre, padre negara que hubieran sido estos los raptores malignos. Finalmente el capitán de la barca había accedido a que los padres de Naha la ataran, quizás por el temor de que los berridos de la niña atrajeran a los negreros y sus implacables huestes.

El padre fue el que decidió la migración de ambas, él se iría a la resistencia a luchar en contra del explotador mayor, que escogía sobre todo a quienes no se plegaban a sus órdenes, y ahora para colmo, el déspota se había encaprichado con la madre de Naha en la última visita que hizo a la aldea.

A pesar de que habían actuado con sigilo, alguno de los del grupo rebelde había sido comprado o torturado, porque antes de que alcanzaran a embarcar todos los migrantes, se divisó al pelotón enviado por la autoridad para evitar que zarparan. Aunque estaban lejos marchaban a paso veloz, así que sin esperar más, el capitán dio la orden de librar amarras. Ahí, junto con otros pasajeros se quedó la madre de Naha agitando, como hojas de palma azotadas por el viento, las manos. Naha sabía que se ensañarían con ella y con su padre si no lograban enterrarse en la arena o ensombrecerse bajo los acantilados. Lo que Naha ignoraba era la muerte inminente de su madre, pues ella había pactado con su marido su partida, con tal de no caer en manos del general, y él a urgencias de ella, cumplió el pacto en la misma playa. Al verla caer, Naha creyó que como consecuencia de la separación, a madre se le había trastocado el respiro.

El dictador había llegado horas antes con una horda de blancos, sedientos de oro. Al padre de Naha que comandaba un grupo rebelde lo tomó de improviso, algo había fallado y no se dio el aviso a tiempo. Se sabía que en estas incursiones arrasaban pueblos enteros, dejando únicamente a los muy enfermos, a los muy viejos y tullidos.

A Naha le era imposible detener su llanto, hasta llegó a pensar que era ella la que inundaba la embarcación, que su sufrimiento se transmutaba en ecos que levantaban marejadas. Se sentía responsable de que su madre hubiera quedado en tierra, pues su padre se había entretenido en amarrarla. Esa noche, la luna había aparecido temblona y mortecina como tratando de ocultar la huida, por eso se produjo la tardanza, pues su rezagada luminaria enceguecía las manos y hacía más torpe la tarea de amarrar y anudar la soga alrededor del breve cuerpo de Naha. Con este otro pensamiento, Naha trataba de aminorar su sentimiento de culpabilidad.

La imagen más reciente, la que se le adhería a sus lacrimales era la de padre tratando de llevarse a madre, que clavada en la arena se resistía a separarse de la visión de su hija partiendo a un país desconocido en una garraba tan frágil como una diminuta hoja de te, e instantes después de que su madre se derrumbara, la zigzagueante carrera de él tratando de esquivar las balas, con el cuerpo de madre a cuestas.

Ya mar adentro, algunos pasajeros, los que habían tenido que partir dejando familia en la playa, descargaron su frustración en contra de ella con insultos y escupitajos, hasta que la cólera del mar los apaciguó.

De los siete desvaríos que habitan este océano, el que poblaba constantemente las pesadillas de Naha, era " La del monstruo del Mediterráneo, alada Serpiente marina, con múltiples hocicos de dragón, en cuyo interior acechan fieros nonatos recubiertos de viscosidades, siempre dispuestos a atrapar con sus garras depredadoras a los que tienen la desgracia de navegar por esas aguas llamadas tormentosas, en las que siempre es gélida noche, pues se sabe que desde milenios inmemoriales, el fuego solar fue devorado por esta insaciable monstruosidad, quien expulsada una malhadada noche de las honduras de los cielos, invadió el espacio con contorsiones y coletazos hasta divisar la cicatriz de este océano, rasgadura por donde las aguas marinas se encuentran laceradas por "El de la lanza y el Trinche", este Impar que logró vencerlo sangrando su centro había dejado su huella en una herida, por la cual a la bestia, le fue dable desaparecer.

Este desgarrado ser, tiniebla de opacidades, también conocido como Ángel de la Violencia coronado por Caos, había sido castigado dotando a sus nonatos de un hambre siempre insatisfecha, por lo que si no obtenían alimento constantemente, taladraban y rasgaban a todas horas con sus afilados picos el interior del hocico de esta aberración que escupía su dolor en rabia perpetua. Es hombre y mujer, le habían explicado, macho y hembra en continua batalla, por lo que intensifica la cerrazón desbordándola en aborrecimiento, fuego y saña, que en eterno retorno combustiona su interior. Nunca se sabía desde donde embestiría, podía colarse por un rayo, acometer de improviso desde un apacible atardecer marino o desde una esquina ignota de cúmulos rocosos o quizás del mismo ombligo de la tierra. Sus alas membranosas lo podían llevar hasta la cima de la nube más alta, desde donde acechaba a sus presas. Su cuerpo recubierto de escamas, y sus múltiples branquias lo convertían en el mismísimo satán de los mares, imposible de vencer.

Naha ansiaba creer en las palabras de su padre, “Esas ideas son patrañas que nuestros enemigos se encargan de difundir para que ningún negro negociable se atreva a fugarse por mar. ¡Admítanlo mujeres crédulas!, fabulaciones sin fundamento”. Naha se las repetía sin cesar tratando de serenarse en esta hora de la hora de su “inminente muerte”, pero sin creerlas del todo, pues las mujeres de la aldea incluyendo a la madre de Naha y a Naha misma conocían que la sabiduría popular era más verdad que todas las demás verdades.

   
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De un de repente la embarcación se separó del mar, Naha suspiró aliviada creyendo que un ser celeste los elevaba. Contrario a sus sentimientos, el pánico se apoderó de la tripulación: Leviatán nos lleva a cuestas a su cueva inmunda para devorarnos. Sus nonatos nos desgarrarán con su picos y garras, nos sacarán los ojos y el corazón que picotearán sin descanso por los siglos de los siglos.

Y, sin esperar más, los que aún quedaban en la embarcación se arrojaron al mar. Los amarres de Naha le impidieron moverse. Una cabeza de tamaño inimaginable auguró su futuro al asomarse por el bordo mirando a Naha con sus múltiples ojos carbunclos y en un abrir y cerrar y abrir de hocico le acercó sus filas de amarillentos colmillos afilados. Y así, sin pensarlo, sin imaginarlo siquiera, con la mirada fija en esa bestia maligna, la voz de Naha, como salida de algún lugar desconocido surgió melodiosa:

A la nana a la nana, luna bumbuna

vigila a esta niña desde su cuna.

A la nana a la nana, bumbuna luna,

Arrúllala de sueños, ronroneos y tunas

Madre y abuela, luna bumbuna

Lleva a mi niña a salvo hasta tu luna.


No supo por cuanto más duró su canto, cuando abrió los ojos, una escama gigante sobresalía de junto a la pala de timón y el palo de crujía de la embarcación, ahora hecha un destrozo. Gente desconocida la rodeaba. Dos mujeres que des escamaban pescados, y otras reunidas alrededor de una red de pescar, habían detenido su labor y miraban a Naha con la boca abierta y en suspenso. La lluvia caía únicamente sobre ella. Una de las mujeres, dejó a un lado el hilo de cáñamo, soltó la red, se acercó a Naha y sonriente exclamó: ¡miracolo, miracolo una bella nera bambina è caduto del cielo impregnato in pioggia!


jueves, 20 de agosto de 2015

Draugr, Por Mariana Vega



Draugr (Demonio escandinavo)

Ficha: Criatura clasificada como un no muerto en la mitología nórdica. Los escandinavos creían que se ocultaban en las tumbas de los guerreros vikingos, principalmente en los sepulcros de los hombres que eran enterrados con sus riquezas, pues los Draugur se apoderaban de los tesoros para guardarlos celosamente. 
Cuentan que se levantan de las tumbas con apariencia de humo y pueden moverse a través de roca sólida. 
Estos seres de la obscuridad deambulaban para atraer a sus víctimas y devorar su carne o tragárselos enteros. La leyenda afirma que, en ocasiones, también llevaban a sus presas hasta la locura

   


El avión aterrizó bruscamente en medio de la lluvia y de los truenos de tormenta en el hangar asegurado por el ejército. La gente que hacía antesala para abordar, o que esperaba la llegada de algún vuelo, se sobresaltó al sentir el temblor que sacudió al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, sin atinar a saber lo que estaba ocurriendo.

Un dispositivo de seguridad rodeó la aeronave al momento que abrió sus puertas, para vigilar el descenso del personaje que debían resguardar.

Cámaras de televisión, reporteros de todos los órdenes, y otros curiosos intentaban atisbar al Presidente recientemente electo que, previo a sus vacaciones a tierras nórdicas, había asegurado al país que lo transformaría hasta el punto de no reconocerlo.

La primera imagen que captaron las lentes fue la de un hombre sonriente que descendió las escaleras seguro de sí enfundado en traje obscuro y con porte diplomático, aun a pesar de la lluvia torrencial.

Esa sería también la fotografía que inundaría los periódicos a la mañana siguiente.

Un Presidente nuevo, con ideas frescas y con la actitud necesaria para sacar adelante a la nación de las crisis en que se encontraba sumergida.

En entrevista, contó a los medios de su viaje, de su visita a lugares escandinavos icónicos, de la maravilla de sus cementerios y del encanto de sus tumbas, y de lo fascinantes que eran los demonios conocidos como Draugr…

Sí, sorprendió a los reporteros semejante afirmación, pero sonrieron sin darle importancia.

Así como tampoco le dieron importancia a la punta de la lengua que asomó por las comisuras de los labios del novel Presidente.