Al llegar a la repisa, reparó en su imagen reflejada en el espejo y sintió un coraje incontrolable. Sin pensarlo y olvidando la prioridad del tiempo y el motivo de su regreso hasta el fondo del pasillo, donde la casa se bifurca hacia izquierda y derecha para acceder a las habitaciones, tomó fuerzas, empuñó la mano, retrajo el brazo y lo soltó directo hacia su cara virtual. El estruendo, las astillas, los reflejos, el vacío, borraron su imagen nítida y agitada, pero descubrieron, detrás del azogue, otra salida.
El marco vacío limitaba el paisaje que se encontraba detrás de la pared. La atmósfera vibrante de aquella escena le hizo olvidar el dolor de los nudillos sangrantes, la cólera que lo había empujado a golpearse, el motivo electrónico de su regreso y la prisa que lo había hecho olvidar. Bajó lenta y descuidadamente la mochila hasta dejarla abandonada en el piso y, con cautela, se acercó a aquel recuadro maravilloso. Una naturaleza completamente ajena a la conocida lo invitaba a dar el paso, y lo dio. Una vez afuera se sintió ligero. Toda la pesadez, que lo agobiaba dentro se había disipado en un instante. Sus ojos brillaron ante aquella inmensidad de tonos tornasol. Frente a él pasó un ¿ave? No supo reconocer su naturaleza. Un cuerpo ovoide de apariencia metálica con una larga cola diamantina atrapó su atención.
Al instante todos sus recuerdos, planes, preocupaciones, deudas y remordimientos se convirtieron en una esperanza absoluta y un ansia de comunión con aquel mundo desconocido. Inició su recorrido por una senda cristalina que lo llevó por el centro de una topografía inaudita. Lo único que reconocían sus sentidos era una aparente caída de agua que se oía a lo lejos. Y hacia allá se dirigió. A su paso cruzaban el camino ¿organismos? ¿seres? ¿objetos animados? que no podía distinguir por la velocidad con que aparecían y desaparecían frente a él. Destellos apenas. Memoria en el espacio que resultaba inasible a su percepción. Una especie de maleza de consistencia viscosa y reflejante distorsionaba la visión, que se aclaraba a medida que la penetraba. Un juego de espejos orgánicos que al rozar la tela de su chaqueta emitían sonidos, hasta el momento, indefinibles para él, por no limitarlos a una naturaleza angélica o demoniaca. Empezaba a entender que el topos donde pisaba, iba mucho más allá de las dos polaridades con las que él estaba acostumbrado a entender y juzgar su mundo.
Había en el aire una calidad de frescura desconocida. Le llamó frescura por no tener a la mano otra voz con qué poder asir esa experiencia. El sonido de lo que él había identificado como una caída de agua se intensificaba a su paso. Y al pasar un túnel atravesado por rayos de colores similares a los del espectro de luz blanca, pero que no eran precisamente esos, sino otros, se abrió un nuevo claro donde estaba reunida una comunidad de seres absolutamente indefinibles. Su mente lógica y pragmática quiso identificar su naturaleza y asociar sus estructuras, movimientos y sonidos a alguna taxonomía conocida, pero lo único que consiguió después de tanto esfuerzo fue soltar una liviana risa despreocupada que le regaló una nueva sorpresa. Sorprendido, emitió nuevamente algún sonido. Probó con otro. Dijo su nombre: “Ca-rol”, “Ca-rol”, “Caaaa-rooooool”, gritó, reprimiéndose al mismo tiempo para no llamar la atención. Y siguió resguardado detrás de un campo electromagnético que le servía de escudo -según él. Su voz había adquirido una textura metálica. Probó echando vaho. Una resonancia en su garganta le permitía emitir sonidos armónicos, tres o cuatro notas relativas al mismo tiempo.
“¡...EeES IiNCcREíÏbBLle…!”, dijo para sí, explorando su nueva naturaleza fonética. Aquel telón transparente que lo invisibilizaba ante la multitud desapareció entonces, regalándole no una sensación de vulnerabilidad, sino de un fuerte deseo de ser visto. Avanzó hacia aquel tráfago de seres que era de donde venía ese cántaro de agua que le había servido de brújula. Caminó entre esas presencias buscando algo parecido a una mirada, pero no encontró nada similar. Asoció sus movimientos a los de un colibrí, una de las especies de aves más enigmáticas para él, capaces de sostenerse en el aire batiendo sus alas a más de 100 km/h para libar el néctar de las flores una vez introducido su largo pico en su corola. Pero no eran colibríes, ni tenían ojos, ni plumas, ni alas, ni pico, ni se suspendían en el aire para proveerse de ningún alimento que les surtiera energía. Estos seres cambiaban de forma en cada aparición. Digo aparición porque su viaje en el espacio no tenía una trayectoria definida, sino que, de pronto, habitaban el vacío a cierta distancia y en fracciones de segundos, reaparecían en otro punto, sin dejar rastro más que una memoria efímera que a cualquiera de nuestra especie le hubiera parecido, más que enigmática, desconcertante. Pero a Carol eso le pareció divertidísimo y se sentó a la vera del camino de cristal para observar este espectáculo de luces y sonidos que dejaban sus recuerdos infantiles de la navidad en una escala de burda ilusión.
-No te esperaba tan pronto. -dijo una voz femenina aterciopelada, a sus espaldas.
Dio un giro súbito para descubrir de donde venía esa voz, pero detrás, no encontró nada.
-Seguramente estarás sorprendido, cansado y hambriento. -continuó aquella voz salida de quién sabe dónde, pero que él sentía cálida en la nuca. Se movió en círculos mirando hacia todos lados hasta provocarse un vértigo que lo hizo caer inconsciente, haciendo sonar, al choque de su cuerpo con el piso, una escala metálica de campanas.
II
Al despertar se encontró solo en una habitación amplia, sobre una cama, cómoda, pero de un material indefinible para él. No tenía sábanas ni nada parecido a una almohada, pero aquella superficie se amoldaba a sus movimientos brindándoles una cálida sensación de protección.
Desde ese lecho seguro miró a su alrededor. Lo que identificó como ventana, era el origen de un tubo de luz oblicuo que atravesaba la habitación e iba a parar al otro extremo del cuarto, revelando en su interior toda una zoología asombrosa que él asoció a las formas conocidas de amoebas, giardias, espiroquetas, gusanos, y protozoarios, donde él esperaría ver partículas de polvo inocuas, nada más.
Absorto en esa contemplación abandonó el lecho para recorrer el rayo en toda su extensión. Aquello era como un acuario sin agua, como un túnel sin límites, pero bien delimitado a su vez por la frontera de una sombra que se abría al resto de la habitación. No se había dado cuenta de que estaba completamente desnudo, pues la sensación física de frío o incomodidad alguna no existían ya en su conciencia. La atmósfera a su alrededor lo envolvía cálidamente como un guante que se amoldaba perfectamente a la inteligencia de sus movimientos. Ni hambre, ni sueño ni cansancio, sólo una paz inconmensurable, y un atisbo de pasado que no incomodaba, sino que veía como el origen de un puente en el espacio-tiempo que le había permitido llegar hasta allí, donde la gratitud era generadora de nuevos escenarios.
No se atrevía a cruzar el haz, a interrumpir el flujo de esas creaturas que le ofrecían un espectáculo más confrontador y hermoso que cualquier obra de arte conocida. Se agachó en el ángulo más amplio del rayo, y pasó por debajo al otro lado. En esa posición el contenido del tubo lumínico era otro. Traslúcidas figuras amorfas parecían escapar, de abajo arriba. Cruzó otra vez por abajo, al otro lado, y encontró otro paisaje de reminiscencias microscópicas. Volvió una vez más al otro lado, y ahora cambió el color de la sustancia lumínica. Lo pensó unos minutos y, de súbito, se hizo atravesar por el rayo. Con los ojos cerrados y la atención al límite, para percibir cualquier cambio molecular en su estructura, abrió los brazos y ofreció su pecho al fluir de quarks.
Entonces, la fuente de luz cesó y la habitación quedó en tinieblas. Cuando abrió los ojos no pudo distinguir arriba de abajo, aquí de allá ni esto de aquello. Flotaba en un limbo sin punto de referencia alguno. Emitió algo similar a un gemido, y una luz tímida pareció brillar, como un hilo que gemía; luego probó un grito y la línea se hizo más grande; siguió intentando con más sonidos y frecuencia y, poco a poco se vio envuelto en un haz luminoso de consistencia casi sólida, donde navegaban seres como él, extrañados por su suspensión.
Desde la obscuridad, unos ojos miraban atentos el flujo de microorganismos innombrados.
Al poco tiempo un nuevo ser se unió a ese flujo. Entendió que no volvería a aquel lugar de su casa, donde estaba la repisa bajo el espejo que le despertó la ira con que abrió esta dimensión. Y se concentró en ser luz, mientras llegaba la hora de su sombra.