Era una mujer con cinco cabezas. Se sintió cómoda hasta que descubrió los puntos cardinales, estos le resultaron insuficientes.
Para poder cuadrar su alocado itinerario, se vio en la necesidad de sacrificar la cabeza, en cuyo rostro había la mueca de una sonrisa sardónica.
Sólo así la mujer pudo instalarse a su gusto, en cada uno de los puntos cardinales. Trazó rutas caprichosas que nunca terminaron de confluir.
Cuando iba cruzando el sur, se asomó una incipiente raicilla de la anterior cabeza decapitada.
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