lunes, 19 de octubre de 2015

Basi, el disciplinado Por Matilde Martinez Santoyo



Nací hace muchísimos años. Mi padre era temido en toda la comarca porque convertía en piedra a quien se atreviera a mirarlo. En cambio a mi madre, la querían. Y a mi, siendo el unigénito, me acusaban de apocado y cobarde. Eso a mi padre, le ponía la cresta de punta, y sus ojos, ya de por sí rojos, centelleaban:

- Eres una deshonra para la especie -me gritaba, y yo me encogía.

Tiempo después mi padre, dándose por vencido, por no poder educarme como él quería, decidió llevarme con su familia para que me enseñaran las artes propias del género.

Me puse muy triste, las enseñanzas de mi madre eran tan diferentes a los deseos de mi padre  -ella nunca mató a nadie con la mirada-. Era yo muy pequeño y me sentía confundido.

Partí con mi padre a la casa de los abuelos. Agité mis alitas para despedirme de mi madre y nunca salió. Quizá, para que yo no notara su tristeza.

Caminamos, volamos y nos arrastramos durante una semana. Llegamos al pueblo de mi padre. Ahí todo era gris. La oscuridad reinaba la mayor parte del tiempo. Los abuelos no se sintieron muy felices de tener al extraño nieto con ellos. No era posible que un hijo de su hijo, fuera todo lo contrario a lo que se esperaba de los de su raza.

Decidieron que como fuera, me convertirían en un temible ejemplar. El entrenamiento fue duro. Los abuelos, siempre exigentes, concluyeron su labor.


Basi se irguió apoyado en su larga cola, abrió las alas y los miró.

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