Desde pequeñito me sabía observado. Podía sentir sus ojos taladrándome en la oscuridad de mi cuarto. A mis chillidos de terror acudían mis padres, y en sus caricias consoladoras, y en sus fastidiosas amonestaciones en las que primero me tildaban de fantasioso, más adelante de miedoso, de insoportable, de cobarde, había un gesto de repugna; de negación hacia mí.
Un día ya no acudieron a mis llamados de auxilio. Supe que mentían, lo supe porque a pesar de asegurar que no había nadie, ni menos un ser con múltiples ojos manifestándose en cuerpos de bestias espantosas, dejaron de entrar en mi cuarto, al principio al oscurecer, con el paso de los días a pleno sol. Me dediqué a vigilar sus movimientos. No habían transcurrido seis meses cuando los advertí desviándose con tal de no pasar frente a mi recámara, a pesar de las escaleras de caracol y lo tenebroso de la otra ruta, a pesar de los achaques de mi madre y del injerto de cadera que padecía mi padre, a pesar de sus dolores y sus inútiles cirugías, preferían esa otra larga y tortuosa ruta.
Ellos eran los cobardes, y yo tenía que pasar las noches insomne para no ser tragado por esas pesadillas opresivas, por ese ser sanguinario de enormes bocas, por esas feroces criaturas hechas de oscuridad.
Como mis padres dejaron de hablarme, de hacerme caso, de amonestarme y hasta de alimentarme, y yo no tenía a quien acudir, me robé uno de los libros de la biblioteca para tratar de localizar qué bestia (s) era (n) la (s) que cohabitaba (n) conmigo.
Encontré varios entes que podían enmascararse de oscuridad, a éste lo reconocí por el sombrero siempre en su lugar, pues a pesar de las formas diversas que adoptaba, ya fuera de gato del que emergían cabezas de coral, de cascabel, de equípalo, de áspid, de crótalo, de pitón, de piraña, siempre enroscándose y desenroscándose, siempre exhibiendo sus colmillos, siempre hambrientas, o ya fuera un híbrido humano-animal, como el del cuerpo de hombre con cabeza de murciélago recubierto de pelos asquerosos que trataban de esconder sus extremidades de cerdo, ése que con malignidad se me acercaba hiperventilado cuando me creía dormido, o ese de lenguas negras, monstruosas, bífidas, en hocicos de lagartos y ojos de mosca gigante, nunca faltaba el sombrero, siempre en su lugar. Otras de sus características menos peligrosas, aunque muy molestas, eran su tos continua y sus expectoraciones de polillas y mariposas nocturnas.
Todas ellas me dieron la certeza de que se trataba de un Alp, que algunas culturas asocian al íncubo. Al reconocerlo y estudiarlo supe que para vencerlo, lo primero que debía hacer era apoderarme de su sombrero. La consecuencia de esta acción no se hizo esperar, pues cuando quise quitárselo me di cuenta, que era parte de su cerebro, así que me preparé con instrumentos punzo cortantes. La bestia se defendió con sus ahora enormes brazos de martillo, y casi logra triturarme cabeza y cuello al tiempo que me lanzaba sus dientes corbos con el propósito de engancharlos en mi sien, en mi frente, en mi nuca, y alimentarse con mi materia gris y mi sangre. La lucha fue para mí casi mortal, ya que resultó un experto en el arte de la invisibilidad y desaparecía intermitentemente de mi vista. Como despojado de su sombrero, el cual encajé en mi cabeza, que de inmediato empezó a entretejerse en mis lóbulos cerebrales con gran dolor y enormes heridas, su fuerza y sus poderes bestiales se encontraban disminuidos, me dediqué noches enteras, con mente, voluntad y corazón a tragarme sus sombras hasta que no quedó nada de nada, aunque a decir verdad al absorber su energía y hermanarme con su naturaleza quedé convertido en esa bestia.
No obstante había dejado de ser su esclavo, ahora hubiera sido su amo si hubiera vivido. Idee mi venganza. Y una noche me introduje en las fosas nasales de mi madre, como un gusano alargado y ciego, con el propósito de desquitar su abandono, de administrarle desde el interior la textura, el volumen y la intensidad de las pesadillas. Esa noche sufrió un paro cardíaco. Una de sus últimas noches la ataqué entre la bruma de su sueño, sentándome en su pecho e impidiéndole respirar, ella, al verme, pronunció mi nombre, Alp, por eso supe que sabía, que siempre había sabido del monstruo que vivía en mi cuarto y me torturaba, pues Alp era la clave para convertirme al instante en un amante gentil, incluso generoso y dejar de lado mi necesidad de su sangre. Tengo que reconocer que cumplí sus deseos, mi espíritu voló como un pájaro, y la monté como caballo enfurecido. Quizás esa sensación inmensa de placer le provocó el infarto fatal del cual murió con gritos, jadeos y remordimientos, no sin antes parir un hijo mío, un cadáver de infante, deforme y contrahecho, que nació calzando un absurdo sombrerito blanco. El muy infame, y quizás por orden de ella, empezó a arrastrarse tratando de despojarme de mi sombrero. Le arranqué el sombrero que se vino con todo y cabeza, trituré su cadáver, mastiqué sus huesecillos aún tiernos, y no conforme aún, se los introduje a mi madre por orejas, fosas nasales y boca haciéndoselos tragar.
Después me dediqué a mi padre, por mí encadenado con anterioridad para que fuera testigo de mis actos, a él le provoqué enfisema pulmonar ejerciendo una enorme presión sobre sus pulmones, mientras aspiraba su aire. Para impedir que me siguiera viendo con ojos desorbitados y para no interrumpir mi succión, pues bebía su sangre por sus pezones, proyecté sobre él visiones eróticas infernales que le hacían clamar por un sacerdote y la extrema unción. Como siempre desconfié de él, lo empalé en mi alcoba para tenerlo siempre a la vista.
Desde entonces me agazapo en la negritud de las sombras esperando que alguien entre a esta zona donde soy el amo, para alimentarme de su terror antes de satisfacer mi hambre con su cerebro, su sangre, sus fluidos, su carne, así como hice con los que creyeron que la solución sería que muriera de inanición, de desesperanza, de abandono y espanto. Oigo pasos que suben la escalera, me preparo.
Muchas gracias JosMan, las imágenes son sensacionales. Hasta parece que me conoces.
ResponderEliminarFirma: Alp.
Muchas gracias JosMan, las imágenes son sensacionales. Hasta parece que me conoces.
ResponderEliminarFirma: Alp.
Sobre mi cuento "La Bestia Nocturna", Lazlo Mussong opina.
ResponderEliminarQuerida Bea: Creo que tu cuento lo habría incluido Lovecraft en una de sus antologías. Te lo digo en serio. Tiene todos los fundamentos de un muy bien logrado cuento de horror: Riqueza y acierto del lenguaje, los tiempos gramaticales muy acertados:
hablas del personaje niño en pretérito, como un recuerdo de las experiencias monstruosas del narrador y la actitud corrompida que ocultaban los padres, y al final te viene...
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