Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno que clavaba mis sueños con pesadillas de ojos infectos, de hocicos voraces e inquietas garras.
Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno que me escupía sierpes de colmillos emponzoñados a punto de morder mi cuerpo aterido.
Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno que sorbía mi vida reduciéndola a un prolongado grito de espanto.
Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno que hinchaba de aullidos dolorosos mi casa, mi cuarto, mi colchón, mis sábanas, mis cabellos, mi almohada, por las que se entretejían alacranes gigantes, andariegos de colas enhiestas sobre mis cabellos, penetrando por la comisura de mis labios, mis párpados, mi cerebro.
Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno que anidaba parvadas de águilas leonadas, con babeantes picos ávidos de carne humana.
Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno que guarecía a la Hidra de Lerna, serpiente acuática de cuerpo informe, de aliento letal, de cabezas varias que cercenadas crecían dobles, y en cuyas fauces me negaba a morir.
Me interné en el bosque para escapar de ese terror nocturno y fui a caer en la trampa de la peor de las aberraciones que habitan la tierra, de ese monstruo ceñidor de cadenas, que hiere y tortura a capricho, que quema a su antojo, que viola con odio mi cuerpo ahora basura, mi cuerpo ahora deshecho, mi cuerpo ahora inmundicia; mi cuerpo hoy, reducido a gargajo.
¡Ojalá pudiera internarme por el bosque! Silencio. Las raíces murmuran, las ramas pavura llaman, los troncos se ahuecan ofreciendo asilo, la tierra se socava: Ven, escápate, no hay peor terror del que estás padeciendo, ven, muérdete la lengua, sostén el respiro, ahógate en sangre. Cuando venga a tirar tu cuerpo, nosotras raíces seremos tu venganza, nosotras malezas extraviáremos su camino, marejadas de viento cegarán su mirada, árboles milenarios azotarán su rostro borrando sus facciones, el maligno Estramonio hermano de la Veratrum engendrará bajo su piel gusanos, cúmulos de ramas quebrarán sus huesos, como él uno a uno ha quebrantado los tuyos, nuestras miasmas se gestarán en su cerebro enloqueciéndolo en breve, hasta que sus pies elevados cuelguen y la cabeza de ese cruel, de ese insaciable, de esa bestia a la que llaman Hombre, se desguace tronchada con los ojos fijos en tu cadáver florido.
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