En las cercanías de Palenque vivió hace muchos años un campesino llamado Domingo Dzul. Detrás de su casa había un cerro y la gente que pasaba por allí de noche, afirmaba que se oían ruidos muy fuertes.
—La montaña cruje –decían, y temerosos de un alud, se iban corriendo.
Lo que todos ignoraban es que dentro del cerro vivían unos aluxes muy ruidosos. Ni Domingo Dzul los había visto nunca, pues ellos salen de noche y los hombres duermen a esas horas.
Una noche en que los aluxes celebraban una boda, hacia las doce y media se dieron cuenta de que los invitados habían sido más de lo esperado y se les habían acabado los frijoles. ¿Qué hacer?
—Voy con nuestro vecino –dijo un aluxe, y se dirigió a casa de Domingo.
Tocó en una ventana, justo en la recámara de Dzul, quien se encontraba profundamente dormido. Tocó más fuerte y Domingo saltó de la cama, abrió la ventana, y adormilado y con los ojos semicerrados, preguntó:
—¿Quién es?
—Soy un aluxe, vecino tuyo; vivo dentro de la montaña; estamos festejando una boda y se nos acabó la comida. ¿Tendrás, de casualidad, frijoles cocidos que me prestes?
—En la cocina hay una olla y una cazuela; está abierta la puerta de entrada, puedes pasar por ellos –y dando un gran bostezo, Dzul volvió a la cama.
El aluxe entró, se llevó lo que necesitaba, y días después, a medianoche, volvió a tocar en la ventana:
—En agradecimiento por los frijoles que me diste, te traigo este guaje.
—Está bien –dijo Domingo amodorrado, y ya se disponía a volver a su cama para seguir durmiendo, cuando el aluxe agregó:
—Has sido muy amable conmigo; el guaje que te doy es inagotable; puedes pedirle el líquido que quieras y nunca quedará vacío. Pero te advierto, vecino: nadie deber mirar dentro.
Desde entonces, en casa de Domingo se bebía atole, chocolate, miel de xtabentún, café, agua de chía, y el guaje, en verdad, era inagotable. El campesino y sus criados estaban la mar de contentos, y como sabían que no podían mirar dentro, a ninguno se le ocurría hacerlo, pero un día Dzul contrató una nueva sirvienta. Trabajaba bien, pero era muy curiosa. En una ocasión, Domingo la mandó por atole y le explicó que lo único que tenía que hacer era pedirle al guaje lo que deseaba.
La sirvienta llegó a la cocina, destapó el guaje, y a la luz de una ventana descubrió en su interior un líquido negro y viscoso como el chapopote; horrorizada, tiró el guaje al suelo, y fue a informar a su patrón, quién de inmediato fue a ver, y nada de guaje halló.
Domingo Dzul se enojó mucho con la sirvienta, pero entonces se dijo que ni le prohibió abrirlo, ni puso en el guaje un letrero que dijera “No mirar dentro”.
En su casa, sin embargo, por aquello de que los aluxes celebren otra boda, nunca faltan las ollas y las cazuelas de frijoles.
A lo mejor yo también tengo Aluxes, porque no saben qué de ruidos se oyen en mi cocina por las noches, claro que nunca me han pedido nada. Pero por si acaso, desde hoy tendré mi olla de frijoles preparada.
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