Inicio algunos comentarios sobre Salvador Elizondo con base en la antología "La luz que regresa", publicado por el FCE, Colección Popular 287. El primero se titula:
Salvador Elizondo: El escritor frente al espejo
Salvador Elizondo: El escritor frente al espejo
Entre los temas recurrentes de Salvador Elizondo están los espejos y la escritura. Su aparición en distintos textos lleva a muchos lectores a creer que al escritor le fascina hablar de sí mismo, que es un narcisista. Puede, sin embargo, que espejos y escritura ocupen ese lugar privilegiado por otra razón, v.g., por su capacidad de reflejar el mundo (externo, en el caso de los espejos; interno, en el de la escritura). Planteado en términos simplistas: los espejos reflejan, la escritura también. Pero lo de él es más complejo: la imagen del espejo es mecánica, indiferente; la de la escritura implica asumir el mundo, interiorizarlo. Más todavía: la escritura como asunto termina postulándose como una reflexión sobre los vínculos entre la obra y su creador, una investigación sobre la forma en que opera la creación literaria, las energías ingentes que ésta pone en juego -si la energía contenida en un poema de Mallarmé pudiera ser reconvertida y aprovechada, como lo hace el profesor Aubanel en el cuento titulado "Anapoyesis", bastaría para iluminar una ciudad completa-, la manera en que personajes y autor se encuentran proyectados, contenidos, sujetos en los límites del texto. Más aún: la relación entre personaje y autor, como sucede en "La historia según Pao Cheng", hace que esas dos entidades no sólo se presupongan, sino que dependan una de la otra para poder existir en ese pequeño e inmenso territorio que llamamos cuento. (Hay una obra de Escher que me recuerda este intento de Elizondo: la de las manos dibujándose una a otra.) Si buscáramos equivalentes de Elizondo en la escritura, esos podrían ser Paz y Borges, practicantes de una racionalidad extrema, pero dueños también de una teoría de la imaginación colindante con la matemática.
© Paco Pacheco
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