En tiempos muy antiguos, cuando el hijo de un líder cumplía 92 días, el padre cazaba un yohebund. Era éste un ciervo del tamaño de una liebre –el más pequeño, pero no el más veloz de los de su especie–, del color del fuego –según decires imposibles de confirmar, su temperatura media era de 62 grados, aunque podía llegar con facilidad a los 100, y causar, en consecuencia, incendios y devastación a su paso–. El cuerno derecho del animal apuntaba hacia la tierra y el izquierdo al cielo. El primer bocado sólido ofrecido al infante era esa carne, y debía alcanzar para alimentarlo durante los siguientes 31 días. Si se hacía así, al crecer y recibir el mando sembraría ruina y desastre entre sus adversarios; obediencia y mansedumbre incondicionales entre sus súbditos. La causa de la extinción de tan bizarra especie, sostiene la más creíble de las hipótesis, se debió al aumento de los hijos –naturales y legítimos– de los líderes.
Tal costumbre, según todo indica, inició en el período cromagnon, llegó a su clímax en la época de Ur, y existe la sospecha de que, a sugerencia de Alfons de Borja y Cavanilles, Isabel de Borja y Llançol, hermana suya, ordenó la cacería del último yohebund después del nacimiento de Roderic de Borja. Ciertos calumniadores, sin embargo, sostienen que aquel ciervo de fuego, a diferencia de sus antecesores, tenía el cuerno derecho apuntando al cielo y el izquierdo hacia la tierra, por lo que, queriéndolo o no, han arrojado la sospecha de que se trataba de un falso yohebund y, por tanto, algo de ilegitimidad hubo en los hechos, no sólo de Roderic, sino de esta singular familia valenciana cuyo lema fue Dieu et mon droit. (Por cierto, para quienes hayan olvidado el dato, Alfons pasó a la historia como Sixto III y su sobrino Roderic como Alejandro VI. Parece que para César, hijo de Roderic, ya no hubo yohebund en el viejo ni en el nuevo mundo, por lo que únicamente causó el desastre entre sus enemigos, sus seguidores y su misma familia, pero jamás la mansedumbre de incondicionales y súbditos.)