lunes, 24 de agosto de 2015

Desde el ombligo del mundo, Por Bea Cármina -La Urpilla.


  
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La pequeña embarcación semejaba un terrón de azúcar morena a punto de ser machacado por el mar y su furia. Las olas, en diabólicas carcajadas,  la remontaban hasta su cresta, derribándola de sopetón en abismales caídas. Vomitados fuera de la borda, a cada desplome, uno o dos pasajeros eran tragados sin dilación. Alguna bestia las había desatado, lo sabía Naha, y de la impiedad de estas se contaba en la aldea. Ella lo había escuchado de noche en noche, de boca en boca, a su abuela, a sus tías, a sus primas, hasta su madre acostumbraba desgranar testimonios y relatos suplicando clemencia, cuando se conocía que el mar empujado por algún demontre avanzaba con el fin de engullir a los pobladores del lugar. Madre murmuraba sus creencias una noche sí y otra también, pero a voz casi inaudible y a escondidillas, pues el padre de Naha odiaba esos relatos que "las vuelven timoratas y presa fácil de los perjudiciales que rondan en busca de músculos, virginidades, dentadura sólida, huesos calcificados para venderlos a los esclavistas que les arrancan la dignidad. Esos son los diablos y nadie más”, afirmaba y no paraba de advertirlo. “Contra esos tenemos que luchar sin darnos por vencidos”.

Las historias relatadas por el Brujo Mayor sobre los siete engendros que habitan el mar la habían hecho suplicar a su padre que la amarrara al navío, temía ser arrebatada por alguno de estas criaturas, que se habían llevado a sus dos hermanitos, tiernos aún, Kousla y Montwana, una tarde que jugaban en la arena, aunque, como siempre, padre negara que hubieran sido estos los raptores malignos. Finalmente el capitán de la barca había accedido a que los padres de Naha la ataran, quizás por el temor de que los berridos de la niña atrajeran a los negreros y sus implacables huestes.

El padre fue el que decidió la migración de ambas, él se iría a la resistencia a luchar en contra del explotador mayor, que escogía sobre todo a quienes no se plegaban a sus órdenes, y ahora para colmo, el déspota se había encaprichado con la madre de Naha en la última visita que hizo a la aldea.

A pesar de que habían actuado con sigilo, alguno de los del grupo rebelde había sido comprado o torturado, porque antes de que alcanzaran a embarcar todos los migrantes, se divisó al pelotón enviado por la autoridad para evitar que zarparan. Aunque estaban lejos marchaban a paso veloz, así que sin esperar más, el capitán dio la orden de librar amarras. Ahí, junto con otros pasajeros se quedó la madre de Naha agitando, como hojas de palma azotadas por el viento, las manos. Naha sabía que se ensañarían con ella y con su padre si no lograban enterrarse en la arena o ensombrecerse bajo los acantilados. Lo que Naha ignoraba era la muerte inminente de su madre, pues ella había pactado con su marido su partida, con tal de no caer en manos del general, y él a urgencias de ella, cumplió el pacto en la misma playa. Al verla caer, Naha creyó que como consecuencia de la separación, a madre se le había trastocado el respiro.

El dictador había llegado horas antes con una horda de blancos, sedientos de oro. Al padre de Naha que comandaba un grupo rebelde lo tomó de improviso, algo había fallado y no se dio el aviso a tiempo. Se sabía que en estas incursiones arrasaban pueblos enteros, dejando únicamente a los muy enfermos, a los muy viejos y tullidos.

A Naha le era imposible detener su llanto, hasta llegó a pensar que era ella la que inundaba la embarcación, que su sufrimiento se transmutaba en ecos que levantaban marejadas. Se sentía responsable de que su madre hubiera quedado en tierra, pues su padre se había entretenido en amarrarla. Esa noche, la luna había aparecido temblona y mortecina como tratando de ocultar la huida, por eso se produjo la tardanza, pues su rezagada luminaria enceguecía las manos y hacía más torpe la tarea de amarrar y anudar la soga alrededor del breve cuerpo de Naha. Con este otro pensamiento, Naha trataba de aminorar su sentimiento de culpabilidad.

La imagen más reciente, la que se le adhería a sus lacrimales era la de padre tratando de llevarse a madre, que clavada en la arena se resistía a separarse de la visión de su hija partiendo a un país desconocido en una garraba tan frágil como una diminuta hoja de te, e instantes después de que su madre se derrumbara, la zigzagueante carrera de él tratando de esquivar las balas, con el cuerpo de madre a cuestas.

Ya mar adentro, algunos pasajeros, los que habían tenido que partir dejando familia en la playa, descargaron su frustración en contra de ella con insultos y escupitajos, hasta que la cólera del mar los apaciguó.

De los siete desvaríos que habitan este océano, el que poblaba constantemente las pesadillas de Naha, era " La del monstruo del Mediterráneo, alada Serpiente marina, con múltiples hocicos de dragón, en cuyo interior acechan fieros nonatos recubiertos de viscosidades, siempre dispuestos a atrapar con sus garras depredadoras a los que tienen la desgracia de navegar por esas aguas llamadas tormentosas, en las que siempre es gélida noche, pues se sabe que desde milenios inmemoriales, el fuego solar fue devorado por esta insaciable monstruosidad, quien expulsada una malhadada noche de las honduras de los cielos, invadió el espacio con contorsiones y coletazos hasta divisar la cicatriz de este océano, rasgadura por donde las aguas marinas se encuentran laceradas por "El de la lanza y el Trinche", este Impar que logró vencerlo sangrando su centro había dejado su huella en una herida, por la cual a la bestia, le fue dable desaparecer.

Este desgarrado ser, tiniebla de opacidades, también conocido como Ángel de la Violencia coronado por Caos, había sido castigado dotando a sus nonatos de un hambre siempre insatisfecha, por lo que si no obtenían alimento constantemente, taladraban y rasgaban a todas horas con sus afilados picos el interior del hocico de esta aberración que escupía su dolor en rabia perpetua. Es hombre y mujer, le habían explicado, macho y hembra en continua batalla, por lo que intensifica la cerrazón desbordándola en aborrecimiento, fuego y saña, que en eterno retorno combustiona su interior. Nunca se sabía desde donde embestiría, podía colarse por un rayo, acometer de improviso desde un apacible atardecer marino o desde una esquina ignota de cúmulos rocosos o quizás del mismo ombligo de la tierra. Sus alas membranosas lo podían llevar hasta la cima de la nube más alta, desde donde acechaba a sus presas. Su cuerpo recubierto de escamas, y sus múltiples branquias lo convertían en el mismísimo satán de los mares, imposible de vencer.

Naha ansiaba creer en las palabras de su padre, “Esas ideas son patrañas que nuestros enemigos se encargan de difundir para que ningún negro negociable se atreva a fugarse por mar. ¡Admítanlo mujeres crédulas!, fabulaciones sin fundamento”. Naha se las repetía sin cesar tratando de serenarse en esta hora de la hora de su “inminente muerte”, pero sin creerlas del todo, pues las mujeres de la aldea incluyendo a la madre de Naha y a Naha misma conocían que la sabiduría popular era más verdad que todas las demás verdades.

   
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De un de repente la embarcación se separó del mar, Naha suspiró aliviada creyendo que un ser celeste los elevaba. Contrario a sus sentimientos, el pánico se apoderó de la tripulación: Leviatán nos lleva a cuestas a su cueva inmunda para devorarnos. Sus nonatos nos desgarrarán con su picos y garras, nos sacarán los ojos y el corazón que picotearán sin descanso por los siglos de los siglos.

Y, sin esperar más, los que aún quedaban en la embarcación se arrojaron al mar. Los amarres de Naha le impidieron moverse. Una cabeza de tamaño inimaginable auguró su futuro al asomarse por el bordo mirando a Naha con sus múltiples ojos carbunclos y en un abrir y cerrar y abrir de hocico le acercó sus filas de amarillentos colmillos afilados. Y así, sin pensarlo, sin imaginarlo siquiera, con la mirada fija en esa bestia maligna, la voz de Naha, como salida de algún lugar desconocido surgió melodiosa:

A la nana a la nana, luna bumbuna

vigila a esta niña desde su cuna.

A la nana a la nana, bumbuna luna,

Arrúllala de sueños, ronroneos y tunas

Madre y abuela, luna bumbuna

Lleva a mi niña a salvo hasta tu luna.


No supo por cuanto más duró su canto, cuando abrió los ojos, una escama gigante sobresalía de junto a la pala de timón y el palo de crujía de la embarcación, ahora hecha un destrozo. Gente desconocida la rodeaba. Dos mujeres que des escamaban pescados, y otras reunidas alrededor de una red de pescar, habían detenido su labor y miraban a Naha con la boca abierta y en suspenso. La lluvia caía únicamente sobre ella. Una de las mujeres, dejó a un lado el hilo de cáñamo, soltó la red, se acercó a Naha y sonriente exclamó: ¡miracolo, miracolo una bella nera bambina è caduto del cielo impregnato in pioggia!


4 comentarios:

  1. ¿Será que sabiduría popular es más verdad que todas las verdades? o, como aseguraba el padre de Naha: El verdadero monstruo se encuentra en la raza humana.

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    1. Ya lo decía Rilke. Todos los fantasmas, monstruos, y malas hechiceras, se transformarán en hermosas princesas y ángeles salvadores, cuando llegues a ti mismo. (O algo así) Por lo demás el cuento está escrito magistralmente, así, nomás. Beso para Bea y felicidades.

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