lunes, 31 de agosto de 2015

La hora de la sombra, Por José Manuel Ruiz Regil


I

Volvió por el largo pasillo del que había salido. Llevaba al hombro una mochila tipo militar bastante pesada. Se ladeaba al caminar. Había olvidado recoger el dispositivo que estaba en la repisa, debajo del espejo. Fue cuando llegó a la puerta de salida que se acordó. Recordó el rectángulo negro y se oyó a sí mismo diciendo “... para que no se me olvide”. Y se le olvidó. Por eso, sin deshacerse de aquel estorboso equipaje, recorrió el pasillo en sentido contrario para volver por él.


Al llegar a la repisa, reparó en su imagen reflejada en el espejo y sintió un coraje incontrolable. Sin pensarlo y olvidando la prioridad del tiempo y el motivo de su regreso hasta el fondo del pasillo, donde la casa se bifurca hacia izquierda y derecha para acceder a las habitaciones, tomó fuerzas, empuñó la mano, retrajo el brazo y lo soltó directo hacia su cara virtual. El estruendo, las astillas, los reflejos, el vacío, borraron su imagen nítida y agitada, pero descubrieron, detrás del azogue, otra salida.

El marco vacío limitaba el paisaje que se encontraba detrás de la pared. La atmósfera vibrante de aquella escena le hizo olvidar el dolor de los nudillos sangrantes, la cólera que lo había empujado a golpearse, el motivo electrónico de su regreso y la prisa que lo había hecho olvidar. Bajó lenta y descuidadamente la mochila hasta dejarla abandonada en el piso y, con cautela, se acercó a aquel recuadro maravilloso. Una naturaleza completamente ajena a la conocida lo invitaba a dar el paso, y lo dio. Una vez afuera se sintió ligero. Toda la pesadez, que lo agobiaba dentro se había disipado en un instante. Sus ojos brillaron ante aquella inmensidad de tonos tornasol. Frente a él pasó un ¿ave? No supo reconocer su naturaleza. Un cuerpo ovoide de apariencia metálica con una larga cola diamantina atrapó su atención.

 
Al instante todos sus recuerdos, planes, preocupaciones, deudas y remordimientos se convirtieron en una esperanza absoluta y un ansia de comunión con aquel mundo desconocido. Inició su recorrido por una senda cristalina que lo llevó por el centro de una topografía inaudita. Lo único que reconocían sus sentidos era una aparente caída de agua que se oía a lo lejos. Y hacia allá se dirigió. A su paso cruzaban el camino ¿organismos? ¿seres? ¿objetos animados? que no podía distinguir por la velocidad con que aparecían y desaparecían frente a él. Destellos apenas. Memoria en el espacio que resultaba inasible a su percepción. Una especie de maleza de consistencia viscosa y reflejante distorsionaba la visión, que se aclaraba a medida que la penetraba. Un juego de espejos orgánicos que al rozar la tela de su chaqueta emitían sonidos, hasta el momento, indefinibles para él, por no limitarlos a una naturaleza angélica o demoniaca. Empezaba a entender que el topos donde pisaba, iba mucho más allá de las dos polaridades con las que él estaba acostumbrado a entender y juzgar su mundo.

Había en el aire una calidad de frescura desconocida. Le llamó frescura por no tener a la mano otra voz con qué poder asir esa experiencia. El sonido de lo que él había identificado como una caída de agua se intensificaba a su paso. Y al pasar un túnel atravesado por rayos de colores similares a los del espectro de luz blanca, pero que no eran precisamente esos, sino otros, se abrió un nuevo claro donde estaba reunida una comunidad de seres absolutamente indefinibles. Su mente lógica y pragmática quiso identificar su naturaleza y asociar sus estructuras, movimientos y sonidos a alguna taxonomía conocida, pero lo único que consiguió después de tanto esfuerzo fue soltar una liviana risa despreocupada que le regaló una nueva sorpresa. Sorprendido, emitió nuevamente algún sonido. Probó con otro. Dijo su nombre: “Ca-rol”, “Ca-rol”, “Caaaa-rooooool”, gritó, reprimiéndose al mismo tiempo para no llamar la atención. Y siguió resguardado detrás de un campo electromagnético que le servía de escudo -según él. Su voz había adquirido una textura metálica. Probó echando vaho. Una resonancia en su garganta le permitía emitir sonidos armónicos, tres o cuatro notas relativas al mismo tiempo. 


 
“¡...EeES IiNCcREíÏbBLle…!”, dijo para sí, explorando su nueva naturaleza fonética. Aquel telón transparente que lo invisibilizaba ante la multitud desapareció entonces, regalándole no una sensación de vulnerabilidad, sino de un fuerte deseo de ser visto. Avanzó hacia aquel tráfago de seres que era de donde venía ese cántaro de agua que le había servido de brújula. Caminó entre esas presencias buscando algo parecido a una mirada, pero no encontró nada similar. Asoció sus movimientos a los de un colibrí, una de las especies de aves más enigmáticas para él, capaces de sostenerse en el aire batiendo sus alas a más de 100 km/h para libar el néctar de las flores una vez introducido su largo pico en su corola. Pero no eran colibríes, ni tenían ojos, ni plumas, ni alas, ni pico, ni se suspendían en el aire para proveerse de ningún alimento que les surtiera energía. Estos seres cambiaban de forma en cada aparición. Digo aparición porque su viaje en el espacio no tenía una trayectoria definida, sino que, de pronto, habitaban el vacío a cierta distancia y en fracciones de segundos, reaparecían en otro punto, sin dejar rastro más que una memoria efímera que a cualquiera de nuestra especie le hubiera parecido, más que enigmática, desconcertante. Pero a Carol eso le pareció divertidísimo y se sentó a la vera del camino de cristal para observar este espectáculo de luces y sonidos que dejaban sus recuerdos infantiles de la navidad en una escala de burda ilusión.


-No te esperaba tan pronto. -dijo una voz femenina aterciopelada, a sus espaldas. 

Dio un giro súbito para descubrir de donde venía esa voz, pero detrás, no encontró nada.

-Seguramente estarás sorprendido, cansado y hambriento. -continuó aquella voz salida de quién sabe dónde, pero que él sentía cálida en la nuca. Se movió en círculos mirando hacia todos lados hasta provocarse un vértigo que lo hizo caer inconsciente, haciendo sonar, al choque de su cuerpo con el piso, una escala metálica de campanas.


II


Al despertar se encontró solo en una habitación amplia, sobre una cama, cómoda, pero de un material indefinible para él. No tenía sábanas ni nada parecido a una almohada, pero aquella superficie se amoldaba a sus movimientos brindándoles una cálida sensación de protección.

Desde ese lecho seguro miró a su alrededor. Lo que identificó como ventana, era el origen de un tubo de luz oblicuo que atravesaba la habitación e iba a parar al otro extremo del cuarto, revelando en su interior toda una zoología asombrosa que él asoció a las formas conocidas de amoebas, giardias, espiroquetas, gusanos, y protozoarios, donde él esperaría ver partículas de polvo inocuas, nada más. 

Absorto en esa contemplación abandonó el lecho para recorrer el rayo en toda su extensión. Aquello era como un acuario sin agua, como un túnel sin límites, pero bien delimitado a su vez por la frontera de una sombra que se abría al resto de la habitación. No se había dado cuenta de que estaba completamente desnudo, pues la sensación física de frío o incomodidad alguna no existían ya en su conciencia. La atmósfera a su alrededor lo envolvía cálidamente como un guante que se amoldaba perfectamente a la inteligencia de sus movimientos. Ni hambre, ni sueño ni cansancio, sólo una paz inconmensurable, y un atisbo de pasado que no incomodaba, sino que veía como el origen de un puente en el espacio-tiempo que le había permitido llegar hasta allí, donde la gratitud era generadora de nuevos escenarios.

 
No se atrevía a cruzar el haz, a interrumpir el flujo de esas creaturas que le ofrecían un espectáculo más confrontador y hermoso que cualquier obra de arte conocida. Se agachó en el ángulo más amplio del rayo, y pasó por debajo al otro lado. En esa posición el contenido del tubo lumínico era otro. Traslúcidas figuras amorfas parecían escapar, de abajo arriba. Cruzó otra vez por abajo, al otro lado, y encontró otro paisaje de reminiscencias microscópicas. Volvió una vez más al otro lado, y ahora cambió el color de la sustancia lumínica. Lo pensó unos minutos y, de súbito, se hizo atravesar por el rayo. Con los ojos cerrados y la atención al límite, para percibir cualquier cambio molecular en su estructura, abrió los brazos y ofreció su pecho al fluir de quarks. 

Entonces, la fuente de luz cesó y la habitación quedó en tinieblas. Cuando abrió los ojos no pudo distinguir arriba de abajo, aquí de allá ni esto de aquello. Flotaba en un limbo sin punto de referencia alguno. Emitió algo similar a un gemido, y una luz tímida pareció brillar, como un hilo que gemía; luego probó un grito y la línea se hizo más grande; siguió intentando con más sonidos y frecuencia y, poco a poco se vio envuelto en un haz luminoso de consistencia casi sólida, donde navegaban seres como él, extrañados por su suspensión. 

Desde la obscuridad, unos ojos miraban atentos el flujo de microorganismos innombrados.

Al poco tiempo un nuevo ser se unió a ese flujo. Entendió que no volvería a aquel lugar de su casa, donde estaba la repisa bajo el espejo que le despertó la ira con que abrió esta dimensión. Y se concentró en ser luz, mientras llegaba la hora de su sombra.







lunes, 24 de agosto de 2015

Desde el ombligo del mundo, Por Bea Cármina -La Urpilla.


  
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La pequeña embarcación semejaba un terrón de azúcar morena a punto de ser machacado por el mar y su furia. Las olas, en diabólicas carcajadas,  la remontaban hasta su cresta, derribándola de sopetón en abismales caídas. Vomitados fuera de la borda, a cada desplome, uno o dos pasajeros eran tragados sin dilación. Alguna bestia las había desatado, lo sabía Naha, y de la impiedad de estas se contaba en la aldea. Ella lo había escuchado de noche en noche, de boca en boca, a su abuela, a sus tías, a sus primas, hasta su madre acostumbraba desgranar testimonios y relatos suplicando clemencia, cuando se conocía que el mar empujado por algún demontre avanzaba con el fin de engullir a los pobladores del lugar. Madre murmuraba sus creencias una noche sí y otra también, pero a voz casi inaudible y a escondidillas, pues el padre de Naha odiaba esos relatos que "las vuelven timoratas y presa fácil de los perjudiciales que rondan en busca de músculos, virginidades, dentadura sólida, huesos calcificados para venderlos a los esclavistas que les arrancan la dignidad. Esos son los diablos y nadie más”, afirmaba y no paraba de advertirlo. “Contra esos tenemos que luchar sin darnos por vencidos”.

Las historias relatadas por el Brujo Mayor sobre los siete engendros que habitan el mar la habían hecho suplicar a su padre que la amarrara al navío, temía ser arrebatada por alguno de estas criaturas, que se habían llevado a sus dos hermanitos, tiernos aún, Kousla y Montwana, una tarde que jugaban en la arena, aunque, como siempre, padre negara que hubieran sido estos los raptores malignos. Finalmente el capitán de la barca había accedido a que los padres de Naha la ataran, quizás por el temor de que los berridos de la niña atrajeran a los negreros y sus implacables huestes.

El padre fue el que decidió la migración de ambas, él se iría a la resistencia a luchar en contra del explotador mayor, que escogía sobre todo a quienes no se plegaban a sus órdenes, y ahora para colmo, el déspota se había encaprichado con la madre de Naha en la última visita que hizo a la aldea.

A pesar de que habían actuado con sigilo, alguno de los del grupo rebelde había sido comprado o torturado, porque antes de que alcanzaran a embarcar todos los migrantes, se divisó al pelotón enviado por la autoridad para evitar que zarparan. Aunque estaban lejos marchaban a paso veloz, así que sin esperar más, el capitán dio la orden de librar amarras. Ahí, junto con otros pasajeros se quedó la madre de Naha agitando, como hojas de palma azotadas por el viento, las manos. Naha sabía que se ensañarían con ella y con su padre si no lograban enterrarse en la arena o ensombrecerse bajo los acantilados. Lo que Naha ignoraba era la muerte inminente de su madre, pues ella había pactado con su marido su partida, con tal de no caer en manos del general, y él a urgencias de ella, cumplió el pacto en la misma playa. Al verla caer, Naha creyó que como consecuencia de la separación, a madre se le había trastocado el respiro.

El dictador había llegado horas antes con una horda de blancos, sedientos de oro. Al padre de Naha que comandaba un grupo rebelde lo tomó de improviso, algo había fallado y no se dio el aviso a tiempo. Se sabía que en estas incursiones arrasaban pueblos enteros, dejando únicamente a los muy enfermos, a los muy viejos y tullidos.

A Naha le era imposible detener su llanto, hasta llegó a pensar que era ella la que inundaba la embarcación, que su sufrimiento se transmutaba en ecos que levantaban marejadas. Se sentía responsable de que su madre hubiera quedado en tierra, pues su padre se había entretenido en amarrarla. Esa noche, la luna había aparecido temblona y mortecina como tratando de ocultar la huida, por eso se produjo la tardanza, pues su rezagada luminaria enceguecía las manos y hacía más torpe la tarea de amarrar y anudar la soga alrededor del breve cuerpo de Naha. Con este otro pensamiento, Naha trataba de aminorar su sentimiento de culpabilidad.

La imagen más reciente, la que se le adhería a sus lacrimales era la de padre tratando de llevarse a madre, que clavada en la arena se resistía a separarse de la visión de su hija partiendo a un país desconocido en una garraba tan frágil como una diminuta hoja de te, e instantes después de que su madre se derrumbara, la zigzagueante carrera de él tratando de esquivar las balas, con el cuerpo de madre a cuestas.

Ya mar adentro, algunos pasajeros, los que habían tenido que partir dejando familia en la playa, descargaron su frustración en contra de ella con insultos y escupitajos, hasta que la cólera del mar los apaciguó.

De los siete desvaríos que habitan este océano, el que poblaba constantemente las pesadillas de Naha, era " La del monstruo del Mediterráneo, alada Serpiente marina, con múltiples hocicos de dragón, en cuyo interior acechan fieros nonatos recubiertos de viscosidades, siempre dispuestos a atrapar con sus garras depredadoras a los que tienen la desgracia de navegar por esas aguas llamadas tormentosas, en las que siempre es gélida noche, pues se sabe que desde milenios inmemoriales, el fuego solar fue devorado por esta insaciable monstruosidad, quien expulsada una malhadada noche de las honduras de los cielos, invadió el espacio con contorsiones y coletazos hasta divisar la cicatriz de este océano, rasgadura por donde las aguas marinas se encuentran laceradas por "El de la lanza y el Trinche", este Impar que logró vencerlo sangrando su centro había dejado su huella en una herida, por la cual a la bestia, le fue dable desaparecer.

Este desgarrado ser, tiniebla de opacidades, también conocido como Ángel de la Violencia coronado por Caos, había sido castigado dotando a sus nonatos de un hambre siempre insatisfecha, por lo que si no obtenían alimento constantemente, taladraban y rasgaban a todas horas con sus afilados picos el interior del hocico de esta aberración que escupía su dolor en rabia perpetua. Es hombre y mujer, le habían explicado, macho y hembra en continua batalla, por lo que intensifica la cerrazón desbordándola en aborrecimiento, fuego y saña, que en eterno retorno combustiona su interior. Nunca se sabía desde donde embestiría, podía colarse por un rayo, acometer de improviso desde un apacible atardecer marino o desde una esquina ignota de cúmulos rocosos o quizás del mismo ombligo de la tierra. Sus alas membranosas lo podían llevar hasta la cima de la nube más alta, desde donde acechaba a sus presas. Su cuerpo recubierto de escamas, y sus múltiples branquias lo convertían en el mismísimo satán de los mares, imposible de vencer.

Naha ansiaba creer en las palabras de su padre, “Esas ideas son patrañas que nuestros enemigos se encargan de difundir para que ningún negro negociable se atreva a fugarse por mar. ¡Admítanlo mujeres crédulas!, fabulaciones sin fundamento”. Naha se las repetía sin cesar tratando de serenarse en esta hora de la hora de su “inminente muerte”, pero sin creerlas del todo, pues las mujeres de la aldea incluyendo a la madre de Naha y a Naha misma conocían que la sabiduría popular era más verdad que todas las demás verdades.

   
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De un de repente la embarcación se separó del mar, Naha suspiró aliviada creyendo que un ser celeste los elevaba. Contrario a sus sentimientos, el pánico se apoderó de la tripulación: Leviatán nos lleva a cuestas a su cueva inmunda para devorarnos. Sus nonatos nos desgarrarán con su picos y garras, nos sacarán los ojos y el corazón que picotearán sin descanso por los siglos de los siglos.

Y, sin esperar más, los que aún quedaban en la embarcación se arrojaron al mar. Los amarres de Naha le impidieron moverse. Una cabeza de tamaño inimaginable auguró su futuro al asomarse por el bordo mirando a Naha con sus múltiples ojos carbunclos y en un abrir y cerrar y abrir de hocico le acercó sus filas de amarillentos colmillos afilados. Y así, sin pensarlo, sin imaginarlo siquiera, con la mirada fija en esa bestia maligna, la voz de Naha, como salida de algún lugar desconocido surgió melodiosa:

A la nana a la nana, luna bumbuna

vigila a esta niña desde su cuna.

A la nana a la nana, bumbuna luna,

Arrúllala de sueños, ronroneos y tunas

Madre y abuela, luna bumbuna

Lleva a mi niña a salvo hasta tu luna.


No supo por cuanto más duró su canto, cuando abrió los ojos, una escama gigante sobresalía de junto a la pala de timón y el palo de crujía de la embarcación, ahora hecha un destrozo. Gente desconocida la rodeaba. Dos mujeres que des escamaban pescados, y otras reunidas alrededor de una red de pescar, habían detenido su labor y miraban a Naha con la boca abierta y en suspenso. La lluvia caía únicamente sobre ella. Una de las mujeres, dejó a un lado el hilo de cáñamo, soltó la red, se acercó a Naha y sonriente exclamó: ¡miracolo, miracolo una bella nera bambina è caduto del cielo impregnato in pioggia!


jueves, 20 de agosto de 2015

Draugr, Por Mariana Vega



Draugr (Demonio escandinavo)

Ficha: Criatura clasificada como un no muerto en la mitología nórdica. Los escandinavos creían que se ocultaban en las tumbas de los guerreros vikingos, principalmente en los sepulcros de los hombres que eran enterrados con sus riquezas, pues los Draugur se apoderaban de los tesoros para guardarlos celosamente. 
Cuentan que se levantan de las tumbas con apariencia de humo y pueden moverse a través de roca sólida. 
Estos seres de la obscuridad deambulaban para atraer a sus víctimas y devorar su carne o tragárselos enteros. La leyenda afirma que, en ocasiones, también llevaban a sus presas hasta la locura

   


El avión aterrizó bruscamente en medio de la lluvia y de los truenos de tormenta en el hangar asegurado por el ejército. La gente que hacía antesala para abordar, o que esperaba la llegada de algún vuelo, se sobresaltó al sentir el temblor que sacudió al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, sin atinar a saber lo que estaba ocurriendo.

Un dispositivo de seguridad rodeó la aeronave al momento que abrió sus puertas, para vigilar el descenso del personaje que debían resguardar.

Cámaras de televisión, reporteros de todos los órdenes, y otros curiosos intentaban atisbar al Presidente recientemente electo que, previo a sus vacaciones a tierras nórdicas, había asegurado al país que lo transformaría hasta el punto de no reconocerlo.

La primera imagen que captaron las lentes fue la de un hombre sonriente que descendió las escaleras seguro de sí enfundado en traje obscuro y con porte diplomático, aun a pesar de la lluvia torrencial.

Esa sería también la fotografía que inundaría los periódicos a la mañana siguiente.

Un Presidente nuevo, con ideas frescas y con la actitud necesaria para sacar adelante a la nación de las crisis en que se encontraba sumergida.

En entrevista, contó a los medios de su viaje, de su visita a lugares escandinavos icónicos, de la maravilla de sus cementerios y del encanto de sus tumbas, y de lo fascinantes que eran los demonios conocidos como Draugr…

Sí, sorprendió a los reporteros semejante afirmación, pero sonrieron sin darle importancia.

Así como tampoco le dieron importancia a la punta de la lengua que asomó por las comisuras de los labios del novel Presidente.


viernes, 7 de agosto de 2015

Itanacrón, Por Paco Pacheco



A Roberto Gutiérrez


Todo cuanto recuerdo se relaciona con el viaje. Hemos dormido a la intemperie, bajo cielos encapotados, en medio de chubascos o con la cegadora luminosidad de las estrellas muy por encima de nosotros. Una vez, entre el ulular de las lechuzas, presenciamos una intensa lluvia de estrellas. Y hemos dormido entre paja, a un costado de mulas y de bueyes, con la única herramienta de un bieldo al alcance de la mano… Una mañana desperté en una habitación ocupada casi en su totalidad por una colchoneta. Quienes me acompañaban, a excepción de mi madre, dormían sobre ella.